En una sociedad con democracia incipiente como la mexicana no es novedad el extraño influjo del poder sobre la mente y conducta de quienes alcanzan a ejercerlo. El mismo individuo que critica las acciones de quienes ejercitan poder público, una vez investido de una parcela de poder por pequeña que esta sea, adopta actitudes que antes criticaba, es el ciudadano común que ya con poder se divorcia de todo interés público para regocijarse con su nueva condición empoderada. Ese ciudadano que durante su fase aspiracioncita promete, apapacha y hasta suplica el voto, ya una vez convertido en alcalde, diputado, senador o gobernador se deslinda de la sociedad de donde emergió y lo convirtió en “servidor público” al grado de no permitir y rechazar airadamente las criticas a su conducta. Aquel gusano ya convertido en oruga o mariposa, asume su metamorfosis como un don divino.
Un caso al azahar: Sergio Gutiérrez Luna es conocido en Veracruz porque en 2023 se promovió como precandidato al gobierno estatal, poco conocido aquí, nadie lo llamó. Aunque políticamente su trayectoria no la desarrolló en esta entidad, alardeó de su condición veracruzana, nadie se lo regateó, dispersó recurso dinerario entre comunicadores y pronto se posicionó en el diagrama de precandidatos, pero en MORENA, o sea López Obrador, tenían apartada la candidatura para la ahora gobernadora, Rocío Nahle. Perdida la esperanza. Gutiérrez Luna se retiró y nunca más ha regresado a la entidad, y ni por asomo ahora ha volteado a la región huasteca fuertemente afectada por las intensas lluvias. Es solo un caso de los muchos que se dan en la clase política de todos los signos partidistas, producto de una mutación en automático entre quien aspira a obtener poder político y quien lo alcanza. Es cultural, hay quien dice, es engendro del subdesarrollo político, postearán otros, es una realidad y en eso todos coincidimos. |
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