LUEGO DE la masacre perpetrada en los límites de Sonora y Chihuahua, en la que murieron nueve personas de la familia LeBarón, entre ellos seis niños, no queda sino encomendarnos al Creador Supremo, porque está visto que el Gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador –y de sus rémoras en los Estados que gobierna el Movimiento de Reconstrucción Nacional-, no están dispuestos a hacer nada para contener la desbordada violencia que tiene en la indefensión a millones de mexicanos, y todo porque la religión evangélica del mandatario nacional le impide combatir el fuego con fuego. En pocas palabras, que cada quien se defienda como pueda, ya que el Ejército, la Marina y policías Federal, Estatales y Municipales no van a dar la cara por la población, aun cuando sus salarios dependen del pago de contribuciones de una sociedad que se está hartando de la indiferencia oficial ante lo evidente. Matar niños es la peor felonía, pero tal parece que al mandatario nacional no lo conmueve ni ese salvajismo contra seres inocentes, con tal de salvar el alma de las llamas del infierno sustentando su tesis en el Salmo 11:5 que señala que “Jehová [...] odia a cualquiera que ama la violencia”, o en el Salmo 97:10 que advierte que “Satanás nos tienta para que hagamos lo que es malo. Si deseamos ser amigos de Dios, tenemos que odiar lo que Jehová odia”. Y estas son algunas cosas que los amigos de Dios deben evitar: Pecados sexuales, borracheras, asesinatos y abortos, robo, mentira, violencia e ira sin control, juegos, odio racial o étnico.
PERO AMLO decidió participar en política más allá de sus creencias religiosas; insistió en ser gobernante, Presidente de México, y entre sus deberes, de acuerdo al Artículo 89 constitucional referente a las facultades y obligaciones del titular del Ejecutivo Federal se encuentran, según el párrafo VI: “Preservar la seguridad nacional en los términos de la ley respectiva, y disponer de la totalidad de la Fuerza Armada permanente o sea del Ejército, de la Armada y de la Fuerza Aérea para la seguridad interior y defensa exterior de la Federación”, mientras que el VII lo faculta a: “Disponer de la Guardia Nacional en los términos que señale la ley”, y el VIII le da facultades para: “Declarar la guerra en nombre de los Estados Unidos Mexicanos, previa ley del Congreso de la Unión”. Pero AMLO no quiere mancharse las manos de sangre, y en ese tenor, hasta en los Estados Unidos hay preocupación por tanta y semejante pasividad, de tal suerte que el Presidente Donald Trump, tras la masacre contra la familia LeBarón ofreció su respaldo a México para terminar con los cárteles de la drogadicción, refiriendo que “una familia y amigos maravillosos de Utah quedaron atrapados entre dos viciosos cárteles de la droga, que se disparaban el uno al otro, con el resultado de que fueron asesinados muchos grandes estadounidenses, incluidos niños pequeños y algunos desaparecidos. Si México necesita o solicita ayuda para limpiarlo de estos monstruos, Estados Unidos está listo, dispuesto y capaz de involucrarse y hacer el trabajo de manera rápida y efectiva”, pues aunque dijo reconocer la tarea del Gobierno de México en la lucha contra el crimen organizado, la consideró “insuficiente. ¡El gran nuevo presidente de México ha hecho de esto un gran reto, pero los cárteles se han vuelto tan grandes y poderosos que a veces necesitas un ejército para derrotar a un ejército!. En ese sentido, dice que estaría a la espera de una llamada del presidente Andrés Manuel López Obrador. “Este es el momento para que México, con la ayuda de Estados Unidos, haga la GUERRA a los cárteles de la droga y los borre de la faz de la tierra. ¡Simplemente esperamos una llamada de su gran nuevo presidente!”.
Y LA llamada llegó, solo para que López Obrador rechazara la ayuda de Trump, muy a pesar de que la Comunidad Americana en México –que se siente en riesgo tras los hechos ya que los agredidos tenían, también, la nacionalidad estadounidense-, sugirió que el gobierno mexicano debería aceptar la ayuda que ofrece Trump para hacer frente a la inseguridad, y el propio Presidente de esa Comunidad, Larry Rubin le dijo a López Obrador que es necesario limpiar a México del cáncer que amenaza a la sociedad. “Debemos aceptar en México la ayuda que públicamente el Presidente de Estados Unidos está dispuesto a brindar, para limpiar a esta gran nación (México) de este cáncer para la sociedad”, enfatiza, no sin antes señalar que la comunidad americana está extremadamente en shock y triste con la noticia del asesinato de adultos y niños pertenecientes a la familia México-estadounidense, LeBarón en la zona serrana de Chihuahua y Sonora.
PERO SEGÚN la Biblia evangélica en la que cree López Obrador, cerca de Mosul, al norte de Irak, se encuentran las ruinas de lo que fue una gran ciudad: Nínive, la capital del antiguo Imperio Asirio. Cuando la ciudad estaba en pleno auge, un profeta predijo que Dios haría “de Nínive un yermo desolado” (Sofonías 2:13). Nínive era conocida como “la ciudad de derramamiento de sangre”, y Dios la castigó para que sirviera de ejemplo (Nahúm 1:1; 3:1, 6). Como demuestran las ruinas de Nínive, Jehová odia a los que derraman sangre y los castiga (Salmo 5:6). Y es que, suponen las creencias de algunas religiones como la de AMLO, que la violencia tiene su origen en el peor enemigo de Dios y del hombre que es el Diablo. Cristo mismo llamó asesino al Diablo (Juan 8:44). Y Juan 5:19 dice que “el mundo entero yace en el poder del inicuo”. Eso explica por qué a tanta gente le fascina la violencia. Por ello, si queremos ganarnos la aprobación de Dios, tenemos que aprender a odiar la violencia.
Y MIENTRAS el Presidente cree ciegamente en su religión, en México se sigue derramando la sangre de sus hijos ante una postura totalmente alejada de la realidad cuyo mandatario que cree que con discursos, chistes o llamados que no dejan de ser discursos, se terminará la violencia. Nada más alejado de la realidad, ya que tan solo a 10 meses de su Gobierno se han registrado 29 mil 629 ejecutados, y aún faltan dos meses para que termine el año, por lo que de seguir así llegaríamos a los 35 mil 555 homicidios. En ese sentido, aunque las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía confirman el último año del, ahora, ex Presidente Enrique Peña Nieto como el más violento con 36 mil 685 personas ejecutadas, lo que da un promedio de 100 homicidios diariamente, más de la mitad de ellas (55 por ciento) en edad de 20 a 39 años, lo cierto es que la administración de AMLO ya se inscribe como el de más alta violencia homicida para un inicio de sexenio del que haya registro, pues apenas el pasado mes de Septiembre se registraron 2 mil 916 víctimas de homicidios y feminicidios en todo el País, aun cuando ese mes registró un ligero descenso mensual. En fin, como decíamos al principio, “que Dios nos agarre confesados” ante semejante indefensión por parte de las autoridades. Así de simple. OPINA carjesus30@hotmail.com
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