En la columna anterior analizamos el anuncio del Polo de Desarrollo en Tuxpan como una oportunidad que, aunque prometedora en papel, requiere ser mirada con sentido crítico y constructivo. Reflexionamos sobre la urgencia de que el desarrollo no se limite a cifras de inversión o discursos oficiales, sino que se traduzca en beneficios tangibles para las comunidades, con sostenibilidad ambiental, participación ciudadana y equidad territorial.
En esta segunda parte, nos adentramos con mayor profundidad en las contradicciones del modelo propuesto, en los silencios del gobierno estatal y federal, y en las preguntas incómodas que aún no encuentran respuesta, pero que son indispensables si de verdad queremos evitar que esta promesa termine convirtiéndose en otro espejismo industrial.
El anuncio del nuevo Polo de Desarrollo para el Bienestar en el puerto de Tuxpan, Veracruz, realizado por la gobernadora Rocío Nahle durante la conferencia presidencial de Claudia Sheinbaum, fue presentado como un punto de inflexión para la economía veracruzana. Un parque industrial de 233 hectáreas, acceso privilegiado a gas natural, agua, electricidad, conectividad carretera y marítima, deducciones fiscales atractivas para inversionistas y promesas de empleos e innovación. El proyecto forma parte de un plan nacional más amplio para detonar 14 polos estratégicos en todo el país, con el objetivo de atraer industrias clave como la agroindustria, la petroquímica, la metalmecánica y la economía circular.
Pero frente a este discurso cargado de entusiasmo, conviene hacer una pausa. No porque Veracruz deba renunciar al desarrollo —nada más lejos de la realidad—, sino porque el verdadero desarrollo exige planeación, transparencia, sostenibilidad y justicia social. Y hasta ahora, ese horizonte aún no es del todo claro.
Uno de los aspectos más repetidos en el discurso oficial es que Tuxpan cuenta con “condiciones inmejorables”: ubicación privilegiada, infraestructura energética, mano de obra calificada, cercanía con la Ciudad de México y salida al Golfo. Todo esto es cierto. Pero es apenas el punto de partida.
Las experiencias anteriores en Veracruz y otros estados nos enseñan que la infraestructura no garantiza desarrollo integral, si no se cuidan otros factores clave: impacto ambiental, equidad territorial, respeto a las comunidades, y condiciones laborales dignas. Sin estudios técnicos públicos, sin consulta social y sin mecanismos de vigilancia ciudadana, el riesgo es que el proyecto termine beneficiando a unos cuantos y dejando fuera a quienes más lo necesitan.
Además, preocupa que se presente como un hecho consumado, sin una discusión abierta con la sociedad. Si el proyecto va en serio, debería iniciar con un plan maestro detallado y participativo, que incluya metas claras, responsables, presupuestos, cronogramas, y una evaluación de riesgos económicos, ecológicos y sociales.
Uno de los conceptos más llamativos en el discurso gubernamental ha sido la mención de la “economía circular” como uno de los ejes del polo. Sin embargo, también se ha anunciado que ahí se establecerán industrias petroquímicas, químicas y de fertilizantes. Aquí hay una contradicción que no puede pasarse por alto: la economía circular no es compatible con modelos contaminantes sin regulación estricta.
Si realmente se aspira a un polo sostenible, se debe evitar caer en el “greenwashing” (lavado verde) y asegurar que las prácticas industriales cumplan con estándares rigurosos de gestión ambiental. Para ello, se necesita:
● Un estudio de impacto ambiental público y vinculante, realizado por expertos independientes.
● La instalación de un sistema de monitoreo ambiental en tiempo real, accesible a la ciudadanía.
● Una oficina de sostenibilidad del polo, con capacidad técnica para vigilar procesos y sancionar abusos.
● Incentivos que prioricen industrias limpias y de bajo impacto, y no solo a las que puedan pagar por contaminar menos.
Solo así se podrá hablar con honestidad de una nueva economía industrial.
Otro de los puntos positivos del discurso es el reconocimiento de que Veracruz cuenta con universidades, centros de formación técnica y mano de obra calificada.
Pero este recurso solo se aprovechará plenamente si el proyecto construye una vinculación directa entre industria y academia, y no se limita a una relación superficial.
El gobierno estatal, junto con el sector privado y las instituciones educativas, puede impulsar:
● Un centro de capacitación dual dentro del polo, con programas diseñados junto con el sector productivo.
● Convenios con tecnológicos, universidades y bachilleratos para preparar talento desde la base.
● Un centro de investigación e innovación aplicado, enfocado en materiales sostenibles, procesos industriales limpios y logística avanzada.
● Apoyo técnico y financiero a las pequeñas y medianas empresas locales, para integrarlas a las cadenas de valor.
Sin este tipo de articulación, el polo corre el riesgo de ser una “isla industrial” desconectada del desarrollo regional.
Una preocupación persistente es que todo el proceso —desde el anuncio hasta la firma de convenios— se ha realizado sin mecanismos visibles de participación ciudadana. Ni las comunidades de municipios aledaños, ni los sectores sociales, empresariales y académicos del estado han sido consultados de forma real y abierta.
Si el objetivo es construir un modelo de desarrollo con bienestar, eso implica incluir las voces del territorio. Las personas que viven en la zona deben poder opinar sobre:
● El tipo de industrias que se instalarán.
● El uso de suelo y los servicios urbanos.
● Los mecanismos de distribución de beneficios.
● La vigilancia sobre el cumplimiento de los acuerdos.
Además, sería útil establecer un observatorio ciudadano del Polo de Tuxpan, que reúna a actores sociales, académicos y expertos para dar seguimiento continuo al avance, impacto y cumplimiento del proyecto.
No hay duda: Veracruz necesita oportunidades de desarrollo. Y el norte del estado, que ha vivido décadas de rezago y abandono, requiere con urgencia proyectos que detonen su economía. Pero si ese desarrollo repite los errores del pasado —imposición, extractivismo, opacidad y exclusión— solo alimentará la frustración y el desgaste social.
El Polo de Tuxpan no tiene que ser un espejismo, pero tampoco puede quedar atrapado en un discurso bonito y poco transparente. Puede convertirse en una experiencia modelo para el país, si se planea con inteligencia, con ciencia, con participación ciudadana y con un compromiso real con el medio ambiente y la equidad.
Este es el momento para corregir el rumbo, abrir el debate y construir colectivamente un polo que no solo atraiga inversión, sino que sea motor de vida digna, empleo justo, conocimiento aplicado y respeto por el territorio.
Algunas propuestas clave para avanzar con responsabilidad:
1. Publicar el plan maestro del Polo de Desarrollo, con cronograma, presupuesto y responsables.
2. Abrir foros de consulta ciudadana, con representación comunitaria, académica y empresarial.
3. Realizar un estudio de impacto ambiental integral, con revisión pública e independiente.
4. Crear una oficina de vigilancia y rendición de cuentas, con participación social.
5. Establecer un sistema de vinculación educativa-industrial, con capacitación y empleo local.
6. Definir criterios claros de sostenibilidad, para todas las empresas que se instalen.
7. Transparentar licitaciones y contratos, garantizando que no se beneficien intereses particulares.
Porque el desarrollo verdadero no se mide solo en metros cuadrados, hectáreas industriales o millones de inversión, sino en calidad de vida, equilibrio ecológico, cohesión social y dignidad colectiva.
|
|