PVD Eje 2: Economía y sustentabilidad
Expresión Ciudadana
Carlos A. Luna Escudero
“Veracruz con economía y sustentabilidad” es, en apariencia, una fórmula esperanzadora. Pero detrás del título llamativo que encabeza el segundo eje rector del Plan Veracruzano de Desarrollo 2025-2030, se esconde un texto que intenta diagnosticar el modelo económico del estado sin asumir su colapso estructural.
Aunque se abordan múltiples sectores —industria, comercio, turismo, agricultura, medio ambiente y empleo. que en posteriores colaboraciones analizaremos con más detalle — lo hacen desde una narrativa voluntarista y evasiva, con pocos datos duros, sin autocrítica y con múltiples zonas de silencio. La palabra “diagnóstico” aparece, pero el análisis real brilla por su ausencia.
Un ecosistema económico fragmentado y polarizado
Uno de los primeros datos que arroja el documento es que el 99.9% del tejido empresarial veracruzano está conformado por MiPyMEs. A simple vista, podría parecer un logro de dinamismo local. Sin embargo, el plan no se detiene a desmenuzar las condiciones bajo las cuales operan estas empresas: alta informalidad, escaso acceso al crédito, dependencia de subsidios, limitada capacidad exportadora y nula protección jurídica o fiscal.
Tampoco se reconoce que buena parte de estas MiPyMEs sobreviven en mercados de subsistencia. La informalidad no es una elección, sino una consecuencia del abandono institucional. El Estado ha sido incapaz de generar un ecosistema legal, financiero y educativo que favorezca el tránsito hacia la formalidad.
No señala además, que la gran mayoría de las cámaras empresariales están desvinculadas de los micro emprendedores y la banca privada opera con criterios que excluyen al pequeño productor.
Frente a esto, el documento apenas se atreve a decir que “hay desequilibrios” o que es necesario “mejorar la productividad”. No se reconoce que la economía veracruzana está estancada, capturada por redes clientelares y excluida del proceso de relocalización industrial que hoy está transformando regiones enteras del país.
Así también, el nearshoring —una oportunidad histórica para regiones costeras del país— es mencionado como si Veracruz ya estuviera en la antesala de una transformación económica. Nada más lejos de la verdad. El plan no aborda con seriedad las condiciones logísticas, energéticas, legales o laborales que Veracruz debería cumplir para ser competitivo en este escenario.
No hay una sola mención a los problemas de inseguridad, corrupción burocrática, ni al caos en la infraestructura carretera o ferroviaria. Mucho menos se reconoce la obsolescencia tecnológica de los parques industriales o la precariedad del capital humano en áreas clave como logística, ingeniería o manufactura. En lugar de evaluar su situación, Veracruz se asume ya dentro del juego global, como si estuviera listo para competir cuando apenas puede garantizar su operación local.
La sección dedicada a la agricultura, ganadería, pesca y desarrollo rural está redactada como un poema bucólico más que como un documento técnico. Se exaltan los conocimientos tradicionales del pueblo campesino, su relación con los ciclos agrícolas y su resistencia ante los fenómenos naturales. Sin embargo, se evita por completo hablar del abandono estructural que vive el campo veracruzano.
El plan no menciona la falta de tecnificación, el rezago en la propiedad de la tierra, la violencia en zonas rurales, la pérdida de soberanía alimentaria, ni el envejecimiento del campesinado. Tampoco se hace un análisis de la migración forzada desde las regiones rurales ni del rol del narcotráfico en el control de territorios y economías. La pobreza rural se disfraza como “resiliencia productiva”.
Además, se evade el colapso de los sistemas de comercialización y la dependencia de intermediarios que encarecen los productos al consumidor pero castigan al productor. El documento pinta un campo heroico, pero no menciona ni una sola cifra sobre rentabilidad, ni productividad, ni participación del sector primario en el PIB estatal.
Por otra parte, el diagnóstico turístico reproduce una frase que bien podría aplicarse a todo el documento: “potencial no aprovechado”. Veracruz tiene recursos naturales, culturales, históricos y gastronómicos suficientes para ser una potencia turística. Lo que no tiene es estrategia, infraestructura, promoción efectiva ni articulación territorial.
El plan menciona siete regiones turísticas, pero no desarrolla un análisis comparativo ni identifica los rezagos específicos de cada una. No se detallan los niveles de ocupación, ni la tasa de retorno económico, ni las barreras logísticas o institucionales que impiden que más turistas lleguen y regresen.
Lo más grave es que no se reconoce el turismo como una cadena de valor. Se ignora la precariedad laboral de meseros, guías, taxistas, trabajadores hoteleros. Se omite el impacto de la inseguridad en la imagen del estado y se pasa por alto la falta de conectividad aérea y terrestre. Se habla de experiencias diferenciadas y economía circular, pero sin evaluar qué tan viable es implementar eso en un estado con tantas carencias básicas.
Así también, el apartado ambiental del plan está lleno de términos modernos: resiliencia climática, gestión integral del riesgo, restauración ecológica. Pero esas palabras ocultan una verdad incómoda: Veracruz no tiene política ambiental efectiva.
No se menciona la destrucción sistemática de ecosistemas costeros, la expansión descontrolada de zonas urbanas, ni el saqueo de ríos y lagunas por parte de industrias y gobiernos municipales. Tampoco se habla del cambio de uso de suelo para monocultivos, del uso indiscriminado de agroquímicos o del deterioro de los acuíferos.
El diagnóstico ambiental parece más redactado para cumplir con compromisos internacionales que para atender una emergencia real. Veracruz es uno de los estados más expuestos al cambio climático y, sin embargo, no hay un solo dato sobre deforestación, pérdida de biodiversidad o conflictos socioambientales. Todo se reduce a una lista de buenas intenciones.
El diagnóstico laboral es quizás el más superficial del eje económico. Se reconoce que hay “falta de oportunidades”, “desempleo” y “poca capacitación”. Pero no se hace un análisis serio de la informalidad, que afecta a más del 60% de la población ocupada en el estado. Tampoco se menciona el trabajo infantil, el subempleo ni las brechas de género en el acceso al trabajo formal.
La ausencia más preocupante es la del sector maquilador, uno de los pocos espacios de empleo industrial, pero también uno de los más precarizados. ¿Cuál es el nivel salarial promedio? ¿Cuántas jornadas laborales exceden lo permitido? ¿Qué empresas no cumplen con los derechos laborales? Nada de eso aparece.
El plan tampoco habla de sindicatos ni de justicia laboral efectiva. Veracruz sigue siendo un estado donde el outsourcing, la evasión del IMSS y la informalidad son prácticas toleradas, incluso institucionalizadas. Pero el documento prefiere hablar de capacitación y conciliación como si bastaran para revertir años de desregulación y abandono.
Conclusión: Un diagnóstico que no diagnostica
El segundo eje del Plan Veracruzano de Desarrollo 2025-2030 es un documento que intenta parecer técnico y moderno, pero que en el fondo se limita a reproducir una visión optimista y desconectada de la realidad. No se reconocen los conflictos, no se miden las crisis, no se nombran los responsables. Es un diagnóstico sin profundidad, sin dolor, sin contexto.
Y como todo diagnóstico que no incomoda, corre el riesgo de ser irrelevante. Porque un verdadero plan de desarrollo no solo debe señalar lo que se quiere lograr, sino también confrontar lo que se ha hecho mal. Sin esa honestidad de base, cualquier estrategia será solo un ejercicio de propaganda administrativa.
Veracruz no necesita palabras bonitas ni párrafos adornados. Necesita mirar de frente su historia económica y ambiental, asumir sus contradicciones y decidir si quiere seguir repitiendo promesas, o por fin construir un modelo de desarrollo a la altura de su gente.
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