Debo reconocer que hoy, el mundo vive un relativismo moral, ideológico y religioso que se manifiesta en todos los órdenes de la vida humana. Hemos llegado al punto en que con una facilidad asombrosa, se cambia de ideas y de convicciones como si éstas fueran al gusto de quien prefiere “anclar” su comportamiento a principios “más modernos” que los que han regido al ser humano a lo largo de su historia en este planeta.
Y es que en la actualidad todo va acompañado de inestabilidad, en muchos aspectos de la vida, que se confunde con una “evolución” inexistente, la cual más bien se asemeja a la búsqueda de nuevos referentes, porque los actuales ya no satisfacen al materialismo y a la tecnificación de las sociedades del siglo XXI. No hay tal evolución.
El mundo no cambia en esencia, los principios menos; los que cambiamos somos los seres humanos.
Me dicen algunos políticos, que en la actualidad en política ya no valen las ideologías, que la política en México no conoce de tradiciones, d izquierda o derecha, de ideales de partido, el hueso llama, los valores de los políticos mexicanos son del tamaño de un ridículo chaleco, que en esta efervescencia electoral que estamos viviendo en México, que el país de los años 90 ya cambió; y por ello, hay que cambiar de formas ideológicas y principios rectores del comportamiento. Nos equivocamos. Los que cambiamos somos los seres humanos. Cambian las circunstancias, no la sustancia de la convivencia humana que, al final de cuentas, su único objetivo es mantener la grandeza y dignidad de la especie. Lo demás es pragmatismo puro. Pero s parte de la gran confusión ideológica del nuevo siglo.
Así como hubo un siglo de “las luces”, hoy vivimos uno de “sombras”.
El mundo, amenazado por la guerra, por la inseguridad, por el hambre, por la pobreza, por la desigualdad y la marcada división que generan el racismo y el rechazo al que es diferente en todos los sentidos; la migración que hoy aleja a
familias enteras de sus raíces y que nos convierte en sociedades más “cerradas”, a pesar de los avances científicos que hoy vive la humanidad.
Es temporada de circo. Hay maromas, equilibristas en la cuerda floja, payasos, trapecistas en maniobras que parecen imposibles, pero que uno las ve asombrado, osos por todos lados.
En fin: tiempo de elecciones.
Los partidos en México se han convertido en verdaderas gallinas ponedoras de huevos de oro para quienes los controlan: plataformas para obtener posiciones de poder y dinero, arcas con abultados montos de recursos públicos y foros para gratificar egos y alimentar proyectos vindicativos y proféticos. Paradójicamente, un número creciente de políticos tiende a encontrar empatía con los enclaves más anti políticos de la sociedad que sólo ven en los partidos el patito feo, deforme, autoritario y corrupto, de la democracia mexicana.
En estos enclaves se contrapone una suerte de concupiscencia de los miembros de los partidos a una idea de pureza de loa ajenos a los partidos. Incluso sólo éstos se les reserva allí el título de ciudadanos, mientras se les niega a los siniestros políticos.
Estos y estas protagonistas de la actual temporada preelectoral están leyendo a toda velocidad los cambios ocurridos en la realidad política de México. Y están actuando en consecuencia y se vienen a unir a los frecuentes desplazamientos de políticos, empresarios, comunicadores e intelectuales de unos a otros bandos en lucha cada vez más encarnizada por el poder: un transfuguismo masivo.
Lo cierto es que estos actores políticos parecerían estar en la frecuencia de las señales de los periodistas de investigación de El Universal, Iñigo Arredondo y Moisés Silva, cuyas fuentes encuentran a la baja el voto duro de los partidos. O con los hallazgos de Alejandro Moreno, quien ubica a nuestros nuevos votantes en un reemplazo generacional: “despartidizados”, es decir con una notable tendencia al desalineamiento que redunda en la indisciplina y el debilitamiento de los partidos, en paralelo a una polarización ideológica y digital. Este reconocido politólogo y encuestador anticipó este horizonte durante el programa de Foro Tv. El cambio electoral: votantes, encuestas y democracia en México.
No parece previsible el final del cuento de Andersen según el cual nuestros patitos feos de hoy, los partidos, devengan cisnes en los lagos cenagoso de nuestra democracia. Más cercano se ve el riesgo de que los políticos terminen destazando sus gallinas en busca de más oro, como en la fábula de Esopo.
Las recientes adhesiones a Morena y confesiones de lealtad incondicional a Andrés Manuel López Obrador, profesadas por distintos actores políticos, oportunistas y espontáneos desempleados, ofrece una imagen mixta entre el pragmatismo político y una pluralidad disfrazada.
López Obrador es muchas cosas, excepto plural. Su historia lo demuestra.
No es un político que sume opiniones, que integre visiones distintas o discordantes en un proyecto unificador. No es un conciliador.
¿Cómo influye el transfuguismo en la competencia, en las preferencias electorales o en el voto duro? Difícil de precisar porque en algunos casos las fracturas suponen merma de votos de militantes como la salida de Margarita Zavala, la senadora Cuevas del PAN, también implicaría reveses cuando se trata de operadores que pueden alterar el equilibrio en una plaza y, finalmente, otros que sólo suponen el efecto psicológico de arrastre.
En cualquier caso, el partido “cacha todo” en la rebatinga es Morena, que por un lado gana con la imagen de crecimiento d las rupturas de otro, pero por otro revela una nueva postura pragmática de López Obrador dispuesto a recoger pedacería infértil con el objetivo de ganar sea como sea, tal como ya anticipó su alianza con el PES, incluso, para sus más cercanos.
La pregunta que también queda por resolver es el efecto del chapulineo en el electorado, especialmente, si fortalecerá el ánimo de rechazo a los partidos, y de hartazgo hacia la clase política. Aunque al respecto no se ve a quién pueda favorecer.
Y como lección tangencial nos confirma que el tiempo, ese enigma que obsesiona a los seres humanos desde San Agustín a Borges, a veces termina por poner a las personas en el lugar que les corresponde.
Quizá lo que más moleste, por no decir lo que más duele, es ver a los nuevos políticos, jóvenes preparados con sus títulos bajo el brazo que certifican sus elevados grados académicos, ir de trapecio en trapecio a la búsqueda del salvador hueso. |
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