Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Rocío Nahle García, Sergio Ulises Montes Guzmán y Ricardo Ahued Bardahuil
Normalmente pensamos en el liderazgo como algo loable, ético, digno de replicarse y admirarse, esto es cuando el objetivo es el bien común. Esos son líderes positivos, los que buscan el bien, basados en las leyes, la ética, la preparación, el aprendizaje y el reconocimiento del aporte de los miembros. Privilegian la meritocracia, los procesos éticos que cumplen con las leyes y políticas internas, el trabajo en equipo, incluso es bienvenido el debate, el cruce de ideas, la crítica constructiva que reta el conocimiento establecido para dar paso a nuevos y mejores procesos, a la innovación y la transparencia. Hay frases e ideas que te sacuden y se te quedan reverberando en la cabeza. Me pasó hace tiempo leyendo a Jesús Reyes Heroles: “Cambiar para conservar, conservar para cambiar”.
“La política no es un artificio, sino un arte”. Y como dice el refrán “en la victoria, humildad; en la derrota, dignidad y en lo esencial, unidad”.
De Ricardo Ahued, Secretario de Gobierno se ha hablado infinidad de veces; la fe que la ciudadanía tenga en quien los representa, debe ser de amplio criterio, para que en el actuar de ellos, no se diluya, más bien se enriquezca.
Pero no hay que olvidar, que son buenas personas, que en su ya larga trayectoria política, se imponen sus amplios criterios, su audaz punto de vista basadas en su preparación y experiencia, en su ética cumplen con la encomienda que les dio la señora gobernadora Rocío Nahle. Destacando sus capacidades para el diálogo, construir consensos y gestionar conflictos. Enfatizando la importancia de la participación ciudadana y la transparencia en la administración pública.
Llama mi atención que para la Navidad del 2025 es una obra que atraviesa el tiempo. Nos deleita con recuerdos y eso es el pasado. Nos encuentra en nuestros días y eso es el presente. Nos alerta el porvenir y eso es el futuro. Es un regalo de la experiencia y es un regalo de la imaginación. Vale leerlo en esta semana de recuerdo, recuento y reflexión.
Ese juego de los tiempos me ha traído recuerdos de mis pláticas sobre un tema particular. Apenas yo había rebasado la edad de 20 años cuando Jesús Reyes Heroles me sembró la inquietud sobre la razón de Estado.
En el calendario se vislumbra el cierre de un año complejo, con contrastes que acentúan la situación política de nuestro país, convertido en un escenario de la obra más desternillante y absurda que se pueda imaginar, ese mar de perplejidades de la sociedad, los venenos silenciosos de la corrupción y la impunidad. En ese transitar por calles que rodean la vorágine del hastío o la desesperanza del naufragio, no faltan las pequeñas tablas que nos mantienen a flote a pesar de la tormenta.
Quizás sea oportuno abrir esa pequeña rendija en la que se nos cuele la luz de lo más valioso que nos ha brindado la humanidad a lo largo de los siglos: las expresiones artísticas que al mismo tiempo, son una invitación a escudriñar los pasillos de la memoria y el lumen que nos revela la creatividad del ser humano. Tal vez, al referirnos a esos pequeños maderos propios de las historias de los naufragios que se hallan entre las páginas de literatura y los contundentes imágenes del cine, sea oportuno citar la descripción que dejó por escrito el tremendo poeta barroco Luis de Góngora en sus Soledades Del siempre en la montaña opuesto pino, al enemigo Noto/piadoso miembro roto/breve tabla delfín no fue pequeño/al inconsiderado peregrino/ que a una Libia de ondas su camino/ fió y su vida a un leño. En efecto, hay ocasiones en las que solo se necesita una pausa para dialogar con aquello que apela a nuestra sensibilidad e imaginación para convertir esa breve tabla en la carabela que nos conduzca a nuevos mundos.
Es cuestión de afinar un poco la mirada y quebrantar un poco esa cotidianidad que puede resultar abrumadora, para permitirnos un abrazo al corazón, para darle un respiro al espíritu para poner un océano de por medio y observar a la distancia la vida y obra de quienes ostentan el imperio de la corrupción y la podredumbre.
Quizá el mayor reto sea crear esas pausas que, en realidad, deberían ser nuestros faros cotidianos para no perdernos en esa marea que nos lleva a los campos de la desolación.
Así, cuando el calendario anuncia que se acercan esos días en los que noviembre y sus imágenes de la muerte florida ceden su dominio a las diversas expresiones navideñas, se abren las puertas de un lugar en el que la mirada se desborda, la palabra resuena hasta llegar a los lugares más inesperados y convertirse en el eco de nuevas posibilidades, en donde los diálogos se convierten en el eje de una vida que se llena de páginas.
Esa es una de las mejores sorpresas que puede experimentar quien se brinda la oportunidad de la lectura que incomoda a quienes solo observan sus páginas como el pretexto ideal para llevar a cabo un fútil adoctrinamiento; el placer y el gozo de la libertad que nos puede brindar la literatura será algo que no podrán encerrar en una consigna trasnochada ni se bajaría con su nefanda retórica.
Sin embargo, que también sea la ocasión de volvernos a encontrar con la oportunidad de la sorpresa de lo inesperado, del gozo que implica tener frente a nosotras y nosotros un libro, una autora, un autor que nos ha invitado a detener nuestro “andar callado entre la gente” recordando al poeta “Francisco de Quevedo”.
En otro orden de ideas, no es importante lo que dura un sexenio sino lo que dura el poder.
Son 100 veces más importantes los mil días de Kennedy que lo que serán los 3 mil días de Trump. Bush padre gobernó 20 años. Los cuatro suyos, 8 de su hijo y 8 de Reagan. De nuestros 23 presidentes de un siglo, 10 tuvieron periodo normal, 7 fue corto, 3 fue largo y 3 aún no lo sé. La clave del tiempo es que nunca nos falte y que nunca nos sobre.
Si Díaz no hubiera competido en 1910, habría terminado con Máximo honor sus 30 años presidenciales. Ya era un héroe y patriarca. Limantour habría perdido y Madero habría gobernado sin pena ni gloria.
La principal avenida se llamaría Porfirio Díaz, no Paseo de la Reforma. Por quedarse tan solo cinco meses de más, lo tiró una resolución y lo degradó la historia.
El pecado de Porfirio no fue cuánto durar, sino cuándo terminar.
Si Calles se hubiera recogido en 1934, sería nuestro gran prócer del siglo XX. Cárdenas no sería relevante. El pecado de Plutarco no fue el mangoneo, sino el alardeo, no fue el manipuleo, sino el ninguneo.
El tiempo nunca es neutral y siempre corre a favor o en contra. Nunca se adelanta ni se retrasa, porque es infalible. Nunca requiere de energía porque es autónomo. Nunca necesita auxilio porque es independiente. Nunca perece porque es eterno. El tiempo es el sistema perfecto.
Hoy me platican nuestros jóvenes su fuerte desagrado por la falta de compromiso de nuestros gobiernos con las futuras generaciones.
En México, ya llevamos 30 años aplicados a lo inmediato sin verdadera atención hacia lo futuro. Con un exceso de presentismo y con una absoluta invidencia hacia el porvenir.
Que la generación de su abuelo se preocupó mucho más por mis hijos, que lo que la mía se preocupó por mis nietos. En efecto, debo reconocer, con vergüenza, que ni mi padre hizo más por sus nietos que yo por los míos.
La generación de mi padre sufrió críticas y hasta leperadas por construir lo que consideraba una presunción inútil. La Ciudad Universitaria, el Hospital de la Raza y el Centro Médico Nacional. El Sistema Nacional de irrigación y sus grandes presas hidroeléctricas.
Hoy los jóvenes también reniegan de la falta de seriedad en el ejercicio del poder. La seriedad es indispensable en toda la política de gobierno. Pero hemos vivido muchos años en una política poco seria. Decía Byron que un Estado se construye en siglos, pero se destruye en meses.
Para rehacerse, Alemania tardó 15 años y lo logró.
Cuba lleva 65 años y nada. Los jóvenes mexicanos del futuro ¿Serán como los alemanes o como los cubanos? Yo creo que serían muy capaces de rehacer nuestro México en tan solo 10 años.
Tengo mucha esperanza en los jóvenes. Creo que a ellos ya no les gustaría nuestra corrupción, nuestra irresponsabilidad, nuestra inconsciencia, nuestras equivocaciones y nuestro cinismo. Pero al mismo tiempo, tengo el presentimiento de que a mis hijas y a mis nietas ya no les guste su única herencia. ¡Vamos, para decirlo directo, tengo mucho miedo de que ya no les guste México!
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