De Veracruz al mundo
MOMENTO DE ACOTAR
Francisco Cabral Bravo
2025-11-24 / 11:23:53
Mejor no meterse en un laberinto


Francisco Cabral Bravo

Con solidaridad y respeto a Rocío Nahle García y Ricardo Ahued Bardahuil

Siempre han existido mujeres y hombres inteligentes y este tiempo también los tiene. Pero no siempre hemos tenido ideas y en este tiempo han escaseado. Porque la inteligencia y las ideas no son lo mismo. La inteligencia es la generadora de la idea, pero no es la idea. Aquella es la matriz y este es el producto.

Todos hemos conocido a personas comunes o a gobernantes legendarios que han sido muy inteligentes, pero que no generaron una sola idea propia. Sin embargo supieron aprovechar las ideas de los otros y lograron hacer exitosa su vida o benéfico su gobierno. Eso fue porque el inteligente sabe encontrar la idea, analizarla, aceptarla, desecharla, utilizarla y aprovecharla.

El gran gobernante reúne el mejor equipo, que le da las mejores ideas. Lo ensambla con los de mayor acción. Los complementa con los de mejor estilo. Y, como resultado infalible, su nación entra al bienestar, y el gobernante entra a la historia y hasta a la leyenda.

Así, también hemos conocido a prodigios que no saben utilizar su genialidad. En la modesta platea qué ha sido mi vida las mejores ideas políticas las he escuchado de los grandes politólogos, así como de los seres más sencillos. Los buenos políticos saben interpretar una frase elemental. Eso es alta política. Decodificar una clave y descifrar un password. Ante la falta de ideas, nos dedicamos a las acusaciones de culpas. La verdad es que nadie lo ha resuelto porque el drama es que nadie supo cómo hacerlo. Y no se sabe el cómo ya que, para comenzar, no se sabe el qué.

En efecto aún no sabemos las generatrices del problema.

Hace 50 años, El Padrino nos mostró la evolución de la lucha de los buenos contra los malos a la guerra entre los puros malos, con gobierno incompetente y con Estado impotente. Lo malo es que Mario Puzo y Francis Ford Coppola no nos dieron la solución. Por eso, con mucha urgencia se solicitan ideas.

En otro contexto hace décadas, cuando todavía se fumaba en las sobremesas y la política parecía lenta, aunque ya tramara aceleraciones, una conocidísima política mexicana comentó: “En un país como México deben existir tanto el PAN y la Iglesia como el PRD y la protesta, porque son las únicas válvulas de escape ante tanta desigualdad, las únicas que hacen soportable la realidad y le construyen una vía de esperanza hacia el futuro”.

No hablaba de virtudes, hablaba de mecánica social. De cómo un país tan fracturado y desigual necesitaba canales simbólicos, para no reventar la misa y la marcha, el rezo por un milagro o el Platón con su furiosa consigna. Eran válvulas, no soluciones. Pero permitían respirar, la gente encontraba dónde colocar su fe, su enojo, sus culpas, su deseo de cambio. Unos en el orden, otros en la ruptura. Ambas mitades sosteniendo, a su modo, la ilusión de que el futuro podía ser distinto.

Veinte años después, no sólo México, sino buena parte del mundo vive colgado de las mismas válvulas con disfraces distintos: populismos de derecha e izquierda, iglesias viejas y nuevas, las de Dios y las de líderes que prometen el fin de corrupción, de la violencia, de la pobreza, a cambio de una sola cosa la entrega de nuestro miedo y nuestro cansancio. Seguimos columpiándonos entre extremos, pero ahora la esperanza viene en formato de feligresía total y acrítica. La promesa ya no es “vamos a organizarnos”, sino “confía en mí y lo arreglo yo”. La protesta se vuelve espectáculo; la fe, branding político, la pertenencia, mercancía barata que se construye con un eslogan, con una pulsera, con todos los trending topics posibles.

El precio de esta “esperanza vacía” es que va (valga la redundancia) vaciando de sentido el tiempo entero.

El presente se convierte en sala de espera. “Aguanta tantito, pero exige, pero grita, pero pelea desde las redes, porque ya viene el cambio, Dios sabe por qué hace las cosas, lo importante es el proyecto histórico”. La historia deja de ser espejo y se convierte en utilería. Porque sí, en un país como México y en un mundo como este necesitamos válvulas. Pero ya no podemos permitirnos que sirvan solo para que la olla no explote.

En otro orden de ideas en su discurso de postulación a la candidatura como senador en 1858, Abraham Lincoln parafraseó un versículo de la Biblia para referirse a la creciente polarización política entre el norte y el sur de Estados Unidos y que derivaría tan solo tres años después en guerra civil: “Una casa dividida contra sí misma no puede perdurar” (Lucas 11, Mateo 12, Marcos 3). Si bien la pregunta razonable, dada la trivialización política e ideológica prevalecientes en el país, sería si la república estadounidense, en esta tercera década del siglo XXI, vuelve a encarar hoy ese dilema, esa interrogante se vuelve relevante respecto a lo que ocurre en este momento al interior de sus dos partidos políticos. Normalmente, en la historia política moderna de Estados Unidos, el grado de fortaleza de uno de ellos generalmente es inversamente proporcional al del otro, y si un partido se encuentra en la oposición, sin timón y sumido en luchas y divisiones internas, el otro, en el poder, suele mostrarse fuerte, unido y con tracción.

Pero hoy no es el caso. Sin duda esta situación inédita al interior de la vida de ambos partidos sugiere que se avecinan reajustes políticos a su interior y de los dos lados del espectro político. Las elecciones presidenciales de 2028 serán las primeras en 12 años con 2 nuevos candidatos en la boleta, los cual nos remonta a 2016. Mucho ha cambiado desde entonces, pero con estas dinámicas internas en ambos partidos.

Cambiando de tema Alejandro González Iñarritu pronunció una frase que pareciera sacada de una novela distópica, pero que él dijo con la seriedad de quien habla de algo inestable: “Para 2027 ya no va a existir la verdad”.

Esa sentencia me sacudió. No por exagerada, sino por plausible. No me preocupó si la predicción sería exacta o no. Me preocupó lo que significaba: la fragilidad de nuestra capacidad para distinguir lo real de lo creado.

Desde ese día comencé a indagar no en la desaparición de la verdad, porque eso sería asumir que alguna vez existió como un absoluto, sino en su naturaleza. Qué es. Cómo opera. Por qué, nos sostiene y por qué nos traiciona. Lo que encontré no es nuevo, pero es urgente: la verdad nunca ha sido un hecho puro; siempre ha sido una interpretación. Lo verdaderamente nuevo es que hoy existe tecnología capaz de producir mentiras tan sofisticadas que operan como si fueran verdad.

Y eso cambia por completo nuestra relación con la realidad.

Los griegos lo sabían. Protágoras afirmaba que “el hombre es la medida de todas las cosas”: para cada persona la verdad depende de quien mira, Nietzsche profundizó: “No hay hechos, sólo interpretaciones”. Hannah Arendt advirtió que, cuando la política manipula la información, lo que se destruye no es el dato, sino la confianza pública.

Pero lo que enfrentamos ahora ya no es filosofía: es ingeniería. No estamos ante narrativas políticas que acomodan hechos, sino ante sistemas capaces de fabricar hechos enteros. Imágenes que nunca ocurrieron, voces que nunca fueron dichas, documentos imposibles de rastrear, recuerdos implantados por saturación emocional.

No es la mentira tradicional la que exagera o distorsiona, sino la mentira perfectamente verosímil, diseñada para producir efectos reales en la conciencia colectiva.

Entonces sí: 2027 no será el año en que muera la verdad, sino el año en que nosotros dejemos de buscarla.

Para finalizar parece que últimamente etiquetar generaciones está en pleno furor, sin embargo, algunas características se pueden sumar a las descripciones, empezando con las formas de vida, y el comer es una de ellas, porque lo vivido no es una moda, es una circunstancia histórica.

Antes, “generación Z” evocaba simplemente a la generación más digital, a la cual se le había etiquetado como una “generación de cristal” o una “generación ansiosa”. A partir de este año, se le ha sumado una serie de calificativos qué evocan a la movilización política. Nacida entre 1997 y 2012, la generación Z tiene hoy entre 13 y 28 años de edad. Como muestran las encuestas de valores, su cosmovisión y expectativas son muy diferentes, y esos valores nos están moviendo a las diferentes generaciones a adoptar crecientemente su visión; algunas con reticencia y otros con resistencia, pero el GPS del cambio lo trae la gen Z.

Imagine que, en 2050, la gen Z tendrá entre 38 y 53 años, y estará al mando o tomando el mando de las instituciones públicas y privadas.

La gen Z en 2050 tendrá sus hijos, la generación beta, en la escuela universidad, oye ya entrando a lo que en ese entonces sea el mercado laboral. También es probable que en 2025 la presencia lo ocupe la gen Z.

(Por si no lo recuerdan, Salinas llegó a la presidencia a los 40 años; Zedillo a los 43; Peña Nieto, a los 46, y Calderón, a los 44. En contraste, AMLO llegó a los 65; Sheinbaum a los 62; Fox, a los 58, y López Portillo a los 56).

A la generación Z le falta todavía para estar en esa posición de mando, pero ya están en una posición de poder. Sus propios valores y visión del mundo ya son, en sí, un factor de cambio muy importante.

Lo que sí es que el concepto de generaciones está en el centro de la discusión











Nos interesa tu opinión

>
   Más entradas
> Directorio     > Quiénes somos
® Gobernantes.com Derechos Reservados 2010