Por Héctor Raúl Rodríguez
Como ciudadano, no puedo menos que asombrarme por la avalancha de información que ha salido a la luz pública, tanto dentro como fuera del país, sobre las prácticas políticas de personajes de poder vinculados a Morena, mismas que han dejado al descubierto los usos y costumbres que han prevalecido a lo largo de siete años en la llamada Cuarta Transformación.
Les guste o no les guste a quienes actualmente ejercen el poder, la información que se difunde a través de los medios de comunicación y de las redes sociales – que no pueden frenar - sigue siendo el mejor antídoto para los ciudadanos frente al abuso de poder y la corrupción.
Lo anterior, a pesar de que en los últimos siete años, el gobierno federal se ha empeñado en acabar con los contrapesos institucionales, como los organismos autónomos y colonizando al Poder Judicial.
Gracias a esa información que hoy es pública, ante un gobierno federal cada vez más cerrado y opaco, ha comenzado a develarse parte del entramado de corrupción que involucra a varios connotados integrantes del sexenio anterior y que apunta a que el primer piso de la llamada Cuarta Transformación ha sido, en los hechos, una enorme cortina de humo para ocultar los negocios y el enriquecimiento de una élite morenista rapaz.
Sólo hay que contrastar el discurso y la propaganda del régimen, con la realidad, para darse cuenta de lo que ocurre en el país.
Cuando llegaron al gobierno en 2018 prometieron acabar con la corrupción y dijeron que lo harían como se barren las escaleras, de arriba hacia abajo, con la premisa – entonces aplaudida por todos - de que no había negocios grandes en el país que no llevaran el visto bueno del presidente en turno.
Como un mantra repitieron un día sí y otro también los mandamientos del decálogo con el que prometieron purificar la vida pública de México, comenzando por aquello de “no robar, no mentir, no traicionar”, y dijeron combatir las “viejas lacras de la política, del nepotismo, el influyentismo y el abuso de poder”.
Durante seis años convirtieron en ley la política del “abrazos, no balazos” para no cumplir con su responsabilidad de garantizar la seguridad de la población, con lo que – en los hechos - dejaron a los jóvenes, a las mujeres, a los empresarios, a los productores, a los comerciantes, a merced de la delincuencia.
Y mientras el caudillo y fundador se dedicó a repetir – como Joseph Goebbels – en las mañaneras y en las giras de fin de semana a lo largo y ancho del país el discurso de la autoridad moral, de la honestidad y la austeridad republicana, del fin de la corrupción y la impunidad, varios de sus más cercanos – hoy lo sabemos – se dedicaban a enriquecerse a través de contratos y negocios a discreción y a abrazar – literalmente - a la delincuencia, echando mano del influyentismo y el abuso de poder.
Ahí están como botón de muestra los casos del empresario Alfonso Romo, ex jefe de la Oficina de la Presidencia y dueño de la casa de bolsa Vector, acusado de lavado de dinero en una investigación del gobierno de Estados Unidos; o el caso de los sobrinos del secretario de Marina del sexenio anterior y el negocio del huachicol fiscal que representó un desfalco de 600 mil millones de pesos para el erario, según reconoció la propia Procuradora Fiscal del gobierno federal; o el caso de Hernán Bermúdez ex secretario de seguridad Pública – hoy en prisión - del gobierno de Adán Augusto López, en Tabasco.
Así las cosas, a la luz de la información pública que circula en los medios de comunicación y redes sociales, el primer piso de la llamada Cuarta Transformación de la vida pública de México ha sido una enorme cortina de humo para seguir saqueando al país.
Esto equipara, en suma, a la 4T con la era del gobierno de José López Portillo, quien acuñó la frase: “Todo iba bien hasta que la corrupción se corrompió”. |
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