La política mexicana está llena de prodigios, pero ninguno tan predecible como el de disfrazar lo viejo de nuevo. En ese espectáculo repetido surge Construyendo Solidaridad y Paz (CSP), una organización que presume ser la primera en cumplir los requisitos para convertirse en partido político nacional en 2026. Sus dirigentes celebran como si hubieran descubierto un continente, cuando en realidad solo están reciclando —por tercera vez— un proyecto que la ciudadanía ya rechazó en las urnas. Y lo hacen, no por convicción democrática, sino porque el clima político del actual gobierno lo permite, incluso lo facilita.
El avance acelerado de CSP no ocurre en un momento cualquiera: llega cuando Morena domina prácticamente todos los espacios institucionales y cuando la oposición se encuentra debilitada, dividida y desmantelada. En este contexto, no sorprende que las estructuras políticas que orbitan alrededor del poder federal encuentren condiciones favorables para renacer. La desaparición del PES en 2018 y del Partido Encuentro Solidario en 2021 no significó su final: significó un periodo de incubación hasta encontrar el momento oportuno para regresar.
Ese momento, claramente, es ahora. Y no es coincidencia.
CSP presume haber superado las 200 asambleas distritales y los 116 mil afiliados, pero ese logro no se explica por la fuerza ciudadana del proyecto, sino por la estructura que nunca desapareció del todo. Los operadores del PES, muchos de ellos hoy vinculados a Morena, no perdieron su capacidad organizativa: simplemente cambiaron de camiseta. Y cuando la maquinaria territorial está intacta, organizar asambleas ya no es un desafío, sino un trámite.
La figura de Hugo Eric Flores, líder histórico del PES, exaliado de Andrés Manuel López Obrador y hoy diputado de Morena, es clave para entender por qué CSP avanza con tanta facilidad. Su influencia política ha sobrevivido a todos los fracasos electorales de su partido. Aunque sus siglas cambien, su capacidad para mover estructuras sigue inalterada. Y el gobierno actual, que presume austeridad política, no ha mostrado molestia alguna ante la reaparición de un aparato que ya fue evaluado y rechazado.
CSP intenta presentarse como independiente del oficialismo, pero su estrategia visual cuenta otra historia. Su logotipo, con tonos y diseño reminiscentes de Morena, genera una proximidad simbólica imposible de ignorar. A eso se suma la coincidencia de siglas con el nombre de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo. Aunque ella ha rechazado públicamente cualquier relación, el parecido funciona como mecanismo de confusión, como si el objetivo fuera capitalizar el ambiente político sin declararlo abiertamente.
En tiempos donde el gobierno ha sido cuidadoso con la creación de nuevos interlocutores políticos, CSP aparece como un proyecto que no incomoda ni desestabiliza. No se le percibe como amenaza; se le percibe como herramienta. Un partido pequeño, conservador, con vínculos religiosos y sin capacidad de competir por sí solo es, para cualquier administración, un aliado útil: no cuestiona, no confronta, pero suma. Y en un país donde las mayorías parlamentarias son estratégicas, aliados pequeños pueden ser piezas valiosas.
Mientras tanto, organizaciones emergentes como Somos México —construida desde la movilización ciudadana— avanzan más lentamente porque no cuentan con operadores protegidos ni redes heredadas del poder. Su crecimiento orgánico contrasta con el avance administrativo de CSP. Uno construye ciudadanía; el otro administra sobrevivencia. Y en este país, lamentablemente, suele ganar lo segundo.
El discurso de CSP sobre valores, unidad y esperanza es el mismo que utilizaron el PES y el PES 2.0.
No representa un proyecto distinto para el México de hoy, sino la misma agenda conservadora que fracasó dos veces. No se trata de revitalizar la política: se trata de mantener vivo un aparato que ya no tiene respaldo electoral, pero que sí conserva utilidad política. Un aparato que puede negociar apoyos, ceder votos, aportar operadores, y que —en el contexto del gobierno actual— puede alinearse sin contradecir.
La presidenta Sheinbaum tuvo que deslindarse públicamente de CSP. No por gusto, sino porque la similitud deliberada generó sospechas. El hecho mismo de que un supuesto “nuevo partido” tenga que aclarar que no es parte del gobierno revela la naturaleza del proyecto. Ninguna organización auténticamente independiente necesita explicarlo. Las que sí lo necesitan suelen ser las que buscan pararse bajo la sombra del poder sin declararlo.
Y mientras CSP corre para asegurar su registro, el país enfrenta un escenario donde el sistema de partidos se vuelve cada vez más disfuncional: partidos reales desaparecen, partidos reciclados vuelven a aparecer y el gobierno en turno mantiene un equilibrio donde los aliados pequeños son más convenientes que las oposiciones fuertes. En esa lógica, CSP encaja a la perfección.
La pregunta no es si CSP obtendrá el registro.
Todo indica que sí. La pregunta es si su regreso contribuye a un sistema más plural o solo fortalece la red satelital del poder. El historial del PES responde solo: este tipo de partidos viven para negociar, no para competir.
CSP no vuelve porque la sociedad lo quiera. Vuelve porque el gobierno no lo cuestiona. Y porque su existencia, lejos de representar un riesgo para la hegemonía, puede convertirse en un instrumento más dentro del andamiaje político que ha construido Morena para mantener su dominio institucional.
El sistema democrático mexicano debería avanzar hacia la renovación, no hacia la resurrección. Pero mientras se permita que proyectos derrotados revivan cada seis años con un logo distinto, seguiremos viendo el mismo espectáculo: partidos que se reciclan, gobiernos que los toleran y una ciudadanía que, entre decepción y cansancio, sigue sin encontrar opciones verdaderamente nuevas.
CSP puede lograr su registro. Lo que no puede lograr —por más colores, nombres o discursos que cambie— es borrar su origen. Y ese origen lo condena: no es el futuro. Es el pasado disfrazado. Y en un gobierno que presume transformación, resulta irónico que algunos de sus satélites se comporten como caricaturas vivientes del viejo régimen.
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