Tenía razón don Daniel Cossío Villegas cuando aludía a que la forma de gobernar encuentra raíz en las características y trayectorias personales de quien ejerce el poder. Si bien todo gobernante debe ajustar sus acciones al marco normativo que lo rige, los matices en cómo las lleva a cabo hacen la diferencia. Entre los gobernadores que ha tenido la entidad veracruzana es posible advertir cómo ejercitaron el poder, algunos con mesura y ponderación, otros con marcada inclinación a hacer sentir su poder entre los gobernados y particularmente entre sus colaboradores. Don Fernando López Arias (1962-1068), por ejemplo, se caracterizó por dar oportunidad a una nueva generación de actores políticos, jóvenes a quienes dio oportunidad de iniciarse en la función pública, pese a su recio carácter e imponente presencia nunca sobajó con impropios dicterios a sus colaboradores. El gobernador Murillo Vidal (1968-1974), hombre sabio, de mando sutil y profundo conocedor de la condición humana, dio libertad de acción y criterio a sus colaboradores, que jamás se atrevieron a distorsionar con acciones arbitrarias la suave orientación de su jefe. Don Agustín Acosta Lagunes (1980-1986), hombre de cultura excepcional, alérgico al “rollo político”, como calificaba al discurso político, se mostraba ríspido con sus colaboradores, esa actitud la compensaba con su genuina preocupación por hacer un buen gobierno, al final del mismo terminó por reconocer que quienes practican la política son gente de paso, el mismo lo fue, pero los más con intención de dejar huella de ese paso, el dejó huella física de su paso por el gobierno. Dante Delgado (1988-1992), un animal político, como también los fueron Fidel Herrera (2004-2010), y Miguel Ángel Yunes Linares (2016-2018) forman la trilogía generacional de grandes prospectos para dejar profunda huella de su paso por el gobierno, Dante lo logró, Fidel pudo, pero no quiso y a Yunes Linares la cortedad de su permanencia en el poder no le alcanzó, pero cada quien impuso su estilo.
Este es un tema de mayores alcances, que el espacio no permite profundizar. Pero sirve de anclaje para abordar la forma en cómo se conduce desde el poder la actual gobernadora, Rocío Nahle. Lleva apenas once meses del sexenio para el que fue elegida, su luna de miel con el poder fue bastante corta, recibió finanzas públicas en bancarrota, poco es lo que ha podido hacer. Quienes conocen de cerca su desempeño desde el poder la sugieren de mecha corta, hay quien alude a malos tratos hacia sus colaboradores. Pudiera atribuirse a la curva de aprendizaje, no hay escuela para gobernadores, se dice; también al nerviosismo que genera gobernar Veracruz en tiempos de vacas flacas, y ante una ciudadanía que vigila sus movimientos porque las expectativas despertadas en campaña fueron muchas, luego entonces su cumplimiento orbita como papa caliente. Finalmente, lo importante de un ejecutivo estatal radica en el resultado de su gestión pública, a Rocío Nahle le quedan cinco años y un mes para demostrar que buscó ser gobernadora para bien de Veracruz. Por lo pronto ya está en la galería de gobernadores, el tiempo y los resultados darán la pauta para saber si fue buena, regular o mala gobernante. |
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