Por Omar Zúñiga
A estas alturas del partido y dados los últimos acontecimientos, Martincillo el espurio ya debería poner sus barbas a remojar.
Hasta el momento, quien usurpa la silla de Rectoría de la Universidad Veracruzana se ha mostrado confiado en que permanecerá otros cuatro años.
Topará con pared y la caída será más dolorosa, ya es cuestión de tiempo, a ver si no le aplican la de José Alfredo con Amarga Navidad… tic… tac…
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Guste o no, Fidel Herrera pasó a la historia como uno de los gobernadores más y mejor recordados por el pueblo veracruzano.
Su sensibilidad política, memoria prodigiosa e inteligencia, causaba el asombro de propios y extraños.
Pero así como es recordado por lo bueno, también es recordado, por ejemplo, por su culto a la personalidad.
Transformó Veracruz y lo pintó, literalmente, de rojo como color institucional y se aparecía hasta en la sopa, en el bautizo era el chamaco y en el cumpleaños, era la quinceañera.
Así era Fidel.
Sin embargo, quienes lo conocieron, no recuerdan que haya llevado su culto a la personalidad al extremo de cerrar calles por tres días completos para realizar un acto que se supone debería ser republicano, es decir austero e institucional.
Fidel de hecho regresó la costumbre de ir al Congreso a debatir con los diputados, y él mismo lo pedía.
Conocía de sus alcances y limitaciones y por eso mismo, hacía el gran show en el Congreso del Estado, el mismo que está situado en la avenida Encanto de Xalapa; “por lo mismo”, dirían los clásicos, pues ahí se daba vuelo e iba a tomar la espada para ejecutar su esgrima verbal en un diálogo democrático con los diputados.
Javier Duarte lo llevó a otro extremo, de dar su Informe en el Castillo de San Juan de Ulúa, llenando de sillas el patio central de este monumento Histórico. Hoy está en la cárcel.
Los panegiristas se voltearán dando maromas para justificar el exceso, sin embargo, no había ninguna necesidad de llegar a este extremo.
La sociedad, los votantes a los que se debe la gobernadora, no merecían el trato que se les dio, sobre todo porque los agentes de Tránsito del Estado se transforman en carceleros en el celoso cumplimiento de su deber, de no dejar pasar a nadie que no esté autorizado y mandando al diablo a aquel que se atreva a cuestionar las decisiones del alto mando.
No había necesidad de hacerlo.
Un simple diálogo respetuoso en la casa del pueblo, el Congreso del Estado, hubiera sido suficiente, y si tantas ganas tenía de hacer un acto faraónico, lugares cerrados como el mismo San Juan de Ulúa o la Fortaleza de San Carlos hubieran sido el marco ideal.
¡Qué barbaridad!
deprimera mano.2020@gmail.com
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