Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Rocío Nahle García y Ricardo Ahued
Bardahuil
Escribí que a muchos jóvenes ya no les gusta México. En eso también nos alineamos los que ya no tan jóvenes. Pero resulta que no tenemos otro país y eso nos obliga a actuar muy bien y muy pronto. Porque hay buenos países para pasear, pero no los hay para vivir, para competir, para convivir y para trabajar.
Cuando decimos que no me gusta mi casa, ni mi empleo, ni mi universidad, las abuelas nos decían que es un buen comienzo porque tengo casa, empleo y universidad. Veamos mi casa. No se derrumbó su techo ni la fracturó el temblor. Simplemente está sucia, desordenada y está descuidada.
Tan solo hay que escombrar. Así está nuestro México. Eso se arregla si ponemos orden y sí limpiamos. Ya lo demostró en el siglo XX al resolver su espantosa crisis de los años 30 y su pavorosa crisis de los años 80. Y lo hicieron en menos de 10 años. Los jóvenes lo harán mejor.
En el mundo existen como 200 países. De ellos 100 no tienen remedio alguno. Otros 50 son toda una incertidumbre. Y los 50 que restan sí pueden tener un buen remedio, México entre ellos. No lo digo yo. Lo dicen los políticos, los comunicadores, los analistas, los economistas, los empresarios, los juristas y los intelectuales.
México tiene muchos pasivos, pero también tiene muchos activos. Tiene buena economía, buena infraestructura, buena empresa, buena prensa, buena clase profesional, buena clase trabajadora, buenas leyes, buena localización y buena paz. México es un buen país. Por eso aquí vienen el campeonato de fútbol, las carreras de automóviles o los conciertos de los estelares. Todos ellos jamás se acercan a un mal país. No necesitamos tener calles y carreteras, tan sólo limpiarlas.
No precisamos edificar hospitales, tan sólo abastecerlos. Los abuelos nos dejaron una buena herencia y no tenemos que invertir mucho dinero sino mucha seriedad. Es más ni siquiera tenemos que hacer otra Revolución como la que ellos hicieron. Simplemente honrar nuestra palabra en lugar de hablar de nuestro honor. Es tiempo de escombrar. Cuando cambia la costa, hay que cambiar el mapa. Cuando cambia el destino hay que
cambiar el camino. Si no cuidamos la honestidad, nos vamos a traicionar. Si no cuidamos la Constitución, nos vamos a suicidar. Si no cuidamos la libertad, nos vamos a humillar.
En otro contexto la paz pública es una enorme riqueza. Pero apreciada cuando impera, redimensiona su valor cuando escasea. La paz pública es el pilar de la convivencia. Permite y alienta el desarrollo individual y colectivo. Paz pública es libertad, confianza, armonía, valores de todos los días que hace posible que transitemos por la vida, lo única que tenemos, la de hoy y no la de un mañana eternamente lejos.
El periodismo se dedica a informar, a través de la investigación y el seguimiento, sobre diversos acontecimientos importantes y de interés público, para lo cual vigila el ejercicio del poder público, cubre las esferas que más le interesan a la población y se constituye como garante del bate público y crítico.
Con la aparición de las redes sociales estamos viviendo un momento marcado por la viralización de discursos en este entorno digital, en donde una constante han sido los cuestionamientos del papel que desempeñan los medios de comunicación y, por ende, las y los periodistas.
Al respecto, es sostenido que la libertad de expresión y de prensa no sólo deben concebirse como derecho individual, sino como parte integrante del engranaje de nuestro sistema democrático, en donde la esfera político− electoral ocupa un lugar fundamental. En ese sentido es poderosa piedra angular del sistema político.
No se entendería la democracia sin el pleno ejercicio de este derecho fundamental. Esto es de la mayor relevancia, ya que la libertad de expresión periodística genera, a través de la libre circulación de ideas, opiniones, comentarios y hasta las críticas y denuncias que formula, la formación de la opinión pública sobre temas político−electorales.
La paz publica ahora en México, tiene grietas. Fracturada se tambalea. Hoy se tambalea la paz pública porque gradualmente se ha impuesto la ruta fácil hacia el dinero. Endiosado por una combinación de causas y factores, entre los que están la preeminencia del tener sobre el ser y el hacer, el dinero parece la aspiración suprema. Tener es más que ser, amar, pensar, crear, trabajar, educar, saber, ayudar.
Esta supremacía de la posesión de bienes materiales hace que se le busque como fin sin importar los medios. Tan obsesiva es esta convicción, que se busca acumular a cualquier precio. Puesto que es más el que más tiene, hay que tener más para hacer más.
Al fin, en una sociedad distorsionada, el que tiene poco es poco y el que nada tiene es nada.
La importancia del verbo tener podría ser inocua, pero no lo es por dos razones: porque de forma la percepción del valor intrínseco de las personas y porque son muchos los que para tener son capaces de violentar cualquier principio. Cada vez hay más que quieren tenerlo todo desde el delito, porque ser delincuente tiene bajo costo, porque en la eco ecuación de los equivocados aporta mayor utilidad estar al margen de la ley que dentro de ella, porque se puede alcanzar más destruyendo que construyendo.
La impunidad pavimenta la ruta, la hace transitable y hasta aspiracional. Tenemos que ser capaces de dar un vuelco a estas distorsiones. Que valga más los que actúan dentro de la ley que al margen. Que se reconozca más el esfuerzo generoso que la riqueza ilegal. Que se enaltezca más al que ayuda que al que roba. Estamos a tiempo.
Cambiando de tema la mecánica del poder esconde inquietudes efectos secundarios. La historiadora y Premio Pulitzer Bárbara Tuchman Escribió que la personalidad de los líderes depende a la vanidad y a veces en narcisismo patológico.
En su opinión el mando produce ceguera, impidiendo pensar con mesura y razón. Intoxicados por el poder las loas de los aduladores, los gobernantes corren el riesgo de caer en la obstinación y negarse a cambiar de rumbo. Y en ocasiones, jalados por sus colaboradores. Incondicionales, se envocan es su torreón O se lanzan a golpear hacia un imposible. El emperador Calígula era conocido por despreciar los consejos que iban contra sus deseos. Su amigo más influyente, en quien depositó toda su confianza era un caballo de raza hispana llamado Incitatus, en latín “Impetuoso”.
El animal llevaba collares de perlas, y dormía abrigado con mantas de púrpura, símbolo de poder. Calígula le regalo una villa con jardines, y un grupo de esclavos a su exclusivo servicio. En un gesto de sarcástico desprecio hacia las instituciones, decidió nombrarlo cónsul, la máxima magistratura romana, pero murió antes de realizar, la polémica investidura. Desde entonces Calígula que eligió a un asesor capaz solo relinchar, es símbolo de la arrogancia de los gobernantes. Cuando el poder pierde los estribos, lo épico termina por resultar patético.
El libro de cabecera de la clase política mundial El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, filósofo italiano del Renacimiento en 1969-1527, es el que continúa promoviendo esa imagen del político dispuesto a hacer casi cualquier cosa para obtener y manejar el poder.
En esa obra, Maquiavelo pone sobre la mesa de discusión aquella parte de la naturaleza humana que con frecuencia rehusamos confrontar.
Aunque sus teorías se han convertido en una base del estudio de la ciencia política, ha sido también relacionada con el lado oscuro y negativo del ejercicio del poder, por sus teorías de la crueldad como vía para gobernar o apoderarse de un estado. Maquiavelo
plantea que la obtención y la retención del poder son el fin último y, por lo tanto, todo lo que sea necesario lograrlo está justificado.
Pero también tiene consideraciones importantes acerca de lo que es la política, qué es el poder y por ende cómo debería ser el liderazgo político. Concluye Nicolás Maquiavelo, en El Príncipe: “la condición humana es ingrata, inconstante y cobarde, por lo tanto, es mejor que el Príncipe (gobernante), sea temido que amado”.
Al final de cuentas de lo que se trata el liderazgo, o mejor dicho un buen liderazgo, es simple y sencillamente el ejercicio correcto del poder (El Nuevo Príncipe Dick Morris explica: “el arte del liderazgo es mantener un impulso lo suficientemente adelantado como para controlar los acontecimientos y mover la política pública, sin perder el apoyo público”). Si Maquiavelo estuviera vivo hoy, aconsejaría el idealismo como el camino más pragmático.
Según Morris, uno puede satisfacer sus intereses y promover los intereses del electorado al mismo tiempo, aunque pareciera un tanto ingenuo hacer tal afirmación.
El filósofo inglés Thomas Hobbes creía algo parecido. En su tratado Leviatán habla del “estado de naturaleza”. En ese estado, imagina Hobbes, los humanos actúan aisladamente obsesionados por su propio placer, intereses y preservación.
Su única motivación es un deseo permanente e insensible de acumular poder, deseo que sólo cesa con la muerte. El estado de naturaleza lleva al hombre a una competencia sin fin y a veces violenta. Sólo lucha de individuos, y conflictos entre sus intereses. Egoístas todos, todos quieren para sí el mayor provecho.
Pero, dice Hobbes los pactos que no descansan en espadas no son más que palabras. |
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