De Veracruz al mundo
Los factores que rodean el feminicidio infantil.
La garantía del Estado para asegurar la integridad de la víctima y su vida todavía es mínima, coinciden las especialistas
Miércoles 25 de Agosto de 2021
Por: Excelsior
Foto: Cuartoscuro .
Ciudad de México.- El comportamiento de un feminicida está ligado a un tema social y no necesariamente psicológico. No se trata de un “loco”, un “monstruo”, o un “enfermo”; tampoco es un hombre con algún tipo de trastorno mental. Más bien, puede definirse como el hijo sano de un patriarcado, consideran especialistas.

Geru Aparicio, maestra victimóloga y psicóloga clínica, asegura que el feminicida se gesta en los modelos de crianza basados en mantener a las mujeres en subordinación; sin embargo, ahora que ellas se han apoderado del ejercicio de sus derechos, se ha puesto un freno a la masculinidad aprendida.

“Las mujeres, sobre todo las menores, ya crecieron en un contexto de promoción de sus derechos humanos y se apropiaron de ellos, pero lo que no se ha transformado es el concepto de masculinidad tradicional donde se hace creer que las mujeres deben estar en subordinación”, asegura.

La especialista ejemplifica con un hecho sorprendente: los hombres detenidos por violencia de género o feminicidio no siempre entienden por qué fueron aprehendidos. Para muchos, sus actos corresponden a una forma de educar o sancionar a las mujeres violentadas por no cumplir con el rol de ‘ser mujer’.

Es por ello que cuando se hacen peritajes sobre este tipo de delitos, los hombres tienden a ser “promedio”. Lo único que se les detecta es el enraizado sistema de estereotipos rígidos de considerar a las mujeres como subordinadas.

Otro hecho fundamental es que en promedio los acusados suelen tener control de sus impulsos y la violencia la aplican con quienes consideran que son de su propiedad. Los hombres que violentan y despojan de la vida a mujeres de su familia tienen la idea de que son objetos de su pertenencia, sin importar si son mayores de edad, adolescentes, niñas o adultas mayores.

Hay un aspecto que también debe entenderse: las mujeres que sufren violencia confrontan y se defienden. Esta defensa suele ser interpretada como un ataque a su figura de autoridad e intentan controlar y someter para evitar que se repitan estas transgresiones. Así se valida y se legitima la justicia privada.

“La sociedad nos recuerda que la dominación masculina es el marco en el que nos desenvolvemos. Para que esa dominación se mantenga, se hacen prácticas que no son aparentemente violentas, pero a las que somos constantemente expuestas; son las que justifican la otra violencia”, dice Alejandra Araiza, especialista en estudios de género y feminismo.

María Salguero, creadora del Mapa Nacional de los Feminicidios en México, pone sobre la mesa otra variante: los feminicidios procedentes de la violencia comunitaria. Esta tiene que ver con la delincuencia organizada; los grupos rivales asesinan a mujeres y niñas cercanas a su enemigo.

“De eso no se habla. Las asesinan por ser hijas del rival, por ser hijas del enemigo, porque se trata de exterminar lo relacionado con el hombre. ¿Cómo pueden dañarlo? Pues asesinando a sus mujeres. Este tipo de violencia debe prevenirse”, dice.

En esta vertiente están también quienes que no conocen a la víctima, la encuentran caminando por la calle o la tiene bajo su cuidado por tiempo limitado. El agresor considera el factor de la oportunidad, al observarlas vulnerables. Es decir, le hace daño, la violenta o la asesina porque puede hacerlo. Nadie lo va a reclamar.

Los factores de riesgo
Los agresores cercanos al núcleo familiar suelen justificar la violencia física y sexual sobre una menor con un argumento: no cumple con el parámetro de ser una “buena niña”. Las posibilidades de incurrir en un feminicidio en estas circunstancias comienzan con hechos aparentemente inocuos, como considerar adecuado que una mujer deba permanecer encerrada o considerar que sea normal que reciba amenazas.

Las mujeres que se encuentran en mayor vulnerabilidad son principalmente las transgresoras, las que se apropian de espacios públicos, que ejercen su libertad de derechos y aquellas que no cumplen con el estereotipo de estar sometidas, coinciden las especialistas.

“Este tipo de dominación también va dirigida hacia quienes tienen una característica feminizada, como los menores de edad o integrantes de la comunidad LGBT. También tiene que ver con el nivel social o el tema étnico. Cuanto más ejes de opresión se atraviesen, más vulnerabilidad existe”, menciona Alejandra Araiza.

El riesgo también se asoma en zonas de alta marginación, donde los padres deben salir a trabajar para sostener a la familia. Las niñas se quedan solas en casa o bajo el cuidado de otras personas. Cuando se consuman los feminicidios, suelen detectarse huellas previas, como abuso psicológico, físico y sexual.

Las regiones que se ven envueltas en delincuencia organizada, con ambientes altos en índices de violencia y peleas de grupos delictivos, entran en los factores de riesgo. Las rivalidades desencadenan asesinatos, principalmente donde se utilizan armas de alto calibre y de uso exclusivo del ejército.

El adultocentrismo
A los factores generales de violencia hacia las mujeres se suma el llamado “adultocentrismo”. En él se considera que las (y los) menores de edad son propiedad de los adultos, por lo tanto no se les reconoce como titulares de derechos humanos.

El abuso de poder y la violencia en la infancia se justifican como actos de crianza, por lo que no hay una intención clara de despojar a las niñas de su vida. Lo que sí hay son argumentos para justificar la transgresión a su seguridad, integridad y vida.

Araiza afirma que quienes no son adultos están en riesgo de ser oprimidos, pues tampoco tienen una edad de producción económica fuerte. Son vistos como personas que pueden ser dominadas y abusadas para fomentar la disciplina.

“Estamos en una sociedad que nos recuerda que la dominación masculina es el marco donde nos desenvolvemos y para mantenerla son necesarias prácticas que aparentemente no son violentas, a las que estamos constantemente expuestas y que justifican la otra violencia”, afirma.

La impunidad
La impunidad estructural que se vive en el país al momento de procesar y castigar el feminicidio sin perspectiva de género se suma a los factores que envuelven el tema. Los feminicidas saben que aun cuando cometan un asesinato, difícilmente tendrán una consecuencia grave.

“Para nosotras es alarmante, porque por un lado tenemos políticas públicas para fortalecer los derechos humanos de las mujeres y estamos haciendo lo propio, pero no hay una política pública articulada para desmontar la masculinidad tradicional”, menciona Aparicio.

Aun cuando a las mujeres se les pide que cumplan con la responsabilidad de alzar la voz ante cualquier caso de violencia, no se trabaja con los denunciados y no se les obliga a rendir cuentas. La garantía del Estado para asegurar la integridad de la víctima y su vida todavía es mínima, coinciden las especialistas.

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