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2019-11-16 /
12:16:24 |
La guerra: entre Eros y Thánatos en Latinoamérica* |
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Alfredo Poblete Dolores
En el fondo de todo ser humano —sin excepción— se libra una batalla que es incesante y sin
cuartel. Los adversarios son —por una parte— las fuerzas creativas y humanitarias; en el otro
bando las incansables potencias del odio y los ímpetus destructivos. Las beligerancias —entre
esas fuerzas— inician desde el momento que nacemos hasta el último día de nuestras vidas.
Esos antagonistas no son percibidos por nuestra consciencia. Los contrincantes actúan
cobijados por las tinieblas y en las profundidades del alma. La potencia y fuerza de esas
energías no se perciben pero sus efectos se sienten y se divisan cuando nos manifestamos o
actuamos. En cada una de las acciones u opiniones de todos los seres humanos encontramos
secuelas de ambas energías. Ni una ni otra fuerza emerge o se manifiesta de manera pura.
Siempre se muestran entrelazadas y combinadas.
Cuando las energías destructivas se presentan contundentemente y son dirigidas hacia
nosotros mismos, podemos suicidarnos —literal, espiritual o metafóricamente— y si las
dirigimos al exterior podemos cometer homicidio; es probable que atentemos contra otros
hombres y queramos destruir sus ideas o principios. Las personas cuyas fuerzas creativas se
imponen, sobre su natural adversario, construyen, respetan, apoyan y aman.
Los que ideológicamente son identificados como conservadores pretenden retroceder en el
tiempo hasta la época en que estaban mejor económicamente y que la sociedad en su conjunto
se mantenga inerte o suspendida en ese momento. Intentan destruir a todos aquellos y aquello
que se oponga a sus personalísimos intereses. En términos generales el inmovilismo es rasgo
distintivo de los thánatofilicos y de las derechas del mundo. Son adoradores de lo inerte y yerto.
Basta rememorar aquella discusión —de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca,
España— entre el escritor Miguel de Unamuno y el General franquista José Millán Astray que,
en al inicio de la disputa, el militar le espetó: ¡Abajo la inteligencia, viva la muerte!
Los liberales —excluyendo a simuladores, izquierdistas fantoches e infiltrados— se empeñan
en avanzar y mejorar las condiciones sociales. Procuran sacar del atraso a los más
desprotegidos. Buscan erradicar la injusticia y desigualdad. Encaminan sus pasos a la mejora
de la sociedad rescatando lo que consideran mejor del pasado para construir un futuro
promisorio en donde quepa el mayor número de personas. Eliminan aquello que consideran
pernicioso para lograr sus propósitos igualitarios.
En el espíritu de los conservadores se encuentra el egoísmo. Sus comportamientos son
ventajosos y siempre quieren sacar provecho. Se obstinan en conseguir —a toda costa—
ganancias para ellos y los suyos. Pueden traicionar a socios, amigos o familia con tal de
satisfacer sus intereses. Se dicen católicos y traicionan, sin el mínimo rubor, las enseñanzas
del nazareno. La fraternidad con los desamparados y necesitados —en sus bocas— es solo
un vacuo discurso, en los hechos, no les importan ni les interesan las penurias por las que
atraviesan sus congéneres. Su postura en la vida es: primero yo, luego yo y después yo. Sus
discursos manifiestos o velados nos dicen que los que están en desventaja —en la vida— se
lo merecen. Muchas veces proclaman que los desprotegidos no han hecho nada por salir del
atraso y también los acusan de flojos o irresponsables.
Los verdaderos liberales generalmente son fraternos y solidarios con los pobres y miserables.
Se muestran preocupados por aplicar la justicia social y elaboran leyes que promueven el
desarrollo de los pobres. La salud, educación y el empleo son prioridades en su actuación
política. Se alejan de la trampa y la corrupción. Intentan no mentir ni traicionar a quienes
confían en ellos. Son leales y respetuosos de la vida, la libertad y las expresiones de todos los
miembros de una sociedad. Son solidarios con quien está en peligro o en desventaja.
En todos los grupos humanos existen conservadores y liberales. Las ideologías se incuban y
reproducen indistintamente en todos los niveles económicos, sociales o académicos. Podemos
encontrar liberales y humanistas entre los potentados, empresarios, industriales y políticos
cupulares. Sabemos que también existen conservadores —de derecha o ultraderecha— entre
miembros de las clases medias y en las capas más desfavorecidas de la sociedad. Incluso, los
vemos enquistados en partidos políticos progresistas o de izquierda. El ingreso y permanencia
de personas con distinta ideología las encontramos en las instituciones más tradicionales o
conservadoras de la sociedad como son la iglesia y el ejército.
Las familias conservadoras y las escuelas tradicionales incorporaron algunos rasgos del
ejército e iglesia a su funcionamiento y dinámica. Como ejemplo, la estructura piramidal de
esas instituciones: el padre manda y el maestro es la máxima autoridad en el aula. Todos los
miembros de la familia deben obedecer —si es necesario a través de la violencia— al
progenitor y todos los alumnos deben someterse a los designios del profesor. No importa que
—esos mandones— sean ignorantes, injustos o sus órdenes sean irracionales. En los grupos
políticos conservadores o de derecha, el autoritarismo, dogmatismo y la antidemocracia —
adquirida en casa y avivada en la escuela— campea entre sus integrantes.
Los conservadores no tienen autocritica, se consideran propietarios de la verdad y se imaginan
infalibles. Tienen otra característica: atribuyen a sus adversarios defectos, intenciones o
comportamientos que ellos ejecutan o que anidan en el interior de sus espíritus. Imputan —a
sus contrincantes— lacras espirituales, malsanos pensamientos, vicios, abusos y desenfrenos
que ellos acometen en sus procederes. Por ejemplo: el conservador fraudulento acusa —sin
evidencias o con patrañas— que le hicieron trampas; el corrupto —de derecha— se queja que
son otros los que cometen esa infamia; el funcionario ladrón señala —regularmente sin
sustento— a su enemigo político y lo incrimina en robos a las arcas públicas; etcétera.
Las cúpulas y potentados de la derecha latinoamericana saben lo que quieren y saben cómo
conseguirlo. Usan y posteriormente desechan —de sus planes políticos y económicos— a las
clases medias y a los ilusos que se identifican con ellos. Algunos pobres y un sinnúmero de
miserables terminan traicionando a quienes promovieron su desarrollo y bienestar; se alinean
con los conservadores quienes más adelante los volverán a explotar, marginar y traicionar.
Con el objetivo de ganar adeptos y aliados las élites conservadoras hurgan en la guarida de
Thánatos para fomentar el odio sobre sus enemigos ideológicos. Dice el periodista boliviano
Ricardo Ragendorfer: “el invento más eficaz que se le puede atribuir al capitalismo es la
fabricación de pobres de derecha” y en esa invención —aparte de los pobres materiales—
también podemos incluir a los miserables de espíritu, a los clasistas y racistas.
alfredopoblete@hotmail.com
*Mi solidaridad con el estadista Evo Morales, el pueblo boliviano, ecuatoriano y chileno. |
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