KAIRÓS |
Francisco Montfort Guillén |
2025-06-18 /
21:29:59 |
Ilusos (I) |
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<>. Así reza, palabras más, palabras menos, un viejo refrán árabe que se repite en España. Una gota de sabiduría que ha pasado desapercibida por los mexicanos. ¿Cuántas veces han sido burlados por sus gobernantes?
Lo cierto es que ellos eran especialistas, los priistas, en generar ilusiones. Teniendo todo el poder en sus manos, su objetivo era legitimar cada seis años el ejercicio del poder en una nueva persona. Y lo conseguían. Renovaban esperanzas individuales en muchos mexicanos que añoraban conocer al nuevo presidente, gobernador, alcalde y sus grupos. Con suerte, a algunos otros ciudadanos se les cumplía el sueño de que <>, es decir, <>.
Para el resto de los mexicanos la cuestión consistía en creer las nuevas expectativas de mejorar su condición socioeconómica y subir algunos peldaños en la escala social. Ciertamente no fueron pocos los que alcanzaron a mejorar sus condiciones de vida, aunque con el paso del tiempo, la boca del embudo se fue empequeñeciendo y cada sexenio fueron menos los mexicanos que pudieron mejorar su posición social.
Estas historias conocidas vienen a cuento porque la revista Nexos, del mes de mayo pasado, en su dossier, hace una recapitulación de las <> pp.18. Nexos, num.569, mayo 2025.
Esta cuestión me parece central para vida pública de nuestra nación. Pienso que debería ser el eje articulador de la discusión política tan ensimismada en la banalidad, la estulticia y la retórica populista liderada desde las conferencias matutinas del ejecutivo federal desde hace casi siete años, y hace al menos otros 18, desde la oposición llamada de izquierda, centrada en la simplificación de la realidad, la ideologización, la descalificación de sus adversarios y la división política esquemática de los ciudadanos entre pobres buenos y ricos desalmados.
Para los colaboradores de la revista Nexos estas fueron <>. Pasemos revista a estos momentos históricos.
En primer lugar, quiero decir que esta definición de modernidad es una convención de los autores. Como definen el concepto, se podría intercambiar la definición por país democrático, o país desarrollado, o país igualitario. Si bien no es un texto académico, si resulta pertinente recalcar que los procesos o fenómenos de la modernidad, del desarrollo con una justa distribución de la riqueza y de la democratización son, en su núcleo central, claramente diferentes. Pues, por citar el ejemplo actual más destacado, China ha conseguido sacar de la pobreza a por lo menos la mitad de su población en condiciones de aceptable igualdad, ha modernizado a esos millones de seres humanos, pero no tiene un régimen democrático.
Y no se analiza en el texto de la revista Nexos el papel, la esencia y la calidad del Estado como agente central, cerebro colectivo, aparato de comando de la sociedad mexicana encargado, precisamente, de hacer compatibles los procesos de modernización, de democratización y de prosperidad económica (tal vez ahora habría que agregar el aspecto de sustentabilidad) con distribución equitativa de la riqueza.
En la mesa de diálogo sobre el Movimiento estudiantil de 1968 la conductora propone una interrogante: <>.
Modernidad y desarrollo son inseparables. Pero son cuestiones distintas, aunque inextricablemente asociadas, contradictorias, complementarias. Y, efectivamente, el Movimiento Estudiantil de 1968 fue una expresión de modernidad, por su autenticidad libertaria, que no democrática, y menos pieza clave en la promoción del desarrollo. La gran protesta estudiantil fue una reacción a una exagerada acción policíaca del gobierno. No fue una reacción política, digamos clásica. En palabras de uno de sus más lúcidos dirigentes, Gilberto Guevara Niebla: <>.
La idea de desarrollo (crecimiento económico y distribución de la riqueza) no era parte central en los debates de los años sesenta. En nuestro país, sin embargo, empezaba a ser claro que el “milagro mexicano” se estancaba. En 1965 se reporta por primera vez un saldo negativo en el crecimiento del campo, que había sido el motor del crecimiento económico, de la movilidad social y la estabilidad política en el país. Y ese dato no gustó al gobierno. El presidente Díaz Ordaz quiso revertirlo con más distribución de tierras y creación de ejidos.
La solución la planteaba Ortiz Mena, secretario de hacienda, a quien se adjudica gran parte del “milagro mexicano”, y quien planteaba una reforma fiscal para corregir el modelo económico. Perdió su propuesta y perdió la carrera presidencial. Y la ganó Luis Echeverría, quien aparece como uno de los responsables de la masacre de Tlatelolco.
No parece que el Movimiento Estudiantil y su represión haya sido una oportunidad perdida para que México accediera a la categoría de país moderno (como lo califican en la revista Nexos). Si bien las clases medias con mayor escolaridad habían conocido un proceso de modernización de sus conductas, que precisamente impulsaron sus protestas, como antes la de los médicos, la cuestión democrática no aparecía en la agenda de ningún actor social o político. Si la solución del conflicto hubiese sido el diálogo, como era la petición del Movimiento Estudiantil, entonces tal vez se hubieran abierto los canales para, entonces sí, una modernización de las conductas políticas y de apertura hacia las vías de la democratización.
Los integrantes de Nexos no pasan revista al sexenio de Luis Echeverría que, después del trauma del 68, sí constituyó una oportunidad perdida en términos de un nuevo modelo de desarrollo, de democratización y de modernización del país. Mientras el mundo se abría a nuevas formas de acumulación de riqueza, debido a las crisis económicas del fin de los <>, (el boom del desarrollo post Guerra Mundial que permitió la creación del actual Estado de bienestar) liderados por Europa y Estados Unidos (apertura de relaciones con China, respeto a los derechos humanos, nuevas miradas sobre los recursos energéticos) el México de Echeverría no solo no abrió sus puertas a la creación de un mejor futuro, sino que el presidente quiso ser una nueva versión de Lázaro Cárdenas.
El populismo echeverrista sí canceló una nueva forma de hacer política. Habló de apertura democrática sin que hubiese ninguna reforma en ese campo. Manipuló a los jóvenes a los que abrió las puertas de los presupuestos y alentó o permitió la corrupción. Endiosó la figura presidencial y ejerció el poder de manera autocrática. Su demagogia culminó con una severa crisis económica que canceló salidas a las clases medias y hundió más a las clases proletarias y campesinas. Fue, pues, un sexenio perdido en todos los aspectos.
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