Las escuelas secundarias son un enorme anecdotario cotidiano. Imagínese usted una escuela de 800 o de 1400 alumnos adolescentes, entre 12 y 15 años la mayoría, de todos los estratos sociales, de todas las condiciones socioeconómicas, de varias religiones, de costumbres y culturas diversas, con enseñanzas y valores del hogar no solo distintos sino, a veces, contrapuestos. Niños y niñas que crecieron en ambientes desiguales, una gran cantidad de ellos y ellas con uno sólo de sus padres.
Los padres son la base de una formación familiar. Ellos tienen de igual forma un perfil socioeconómico y cultural de rasgos bastante diversos. Cada padre y madre trae un mundo de pensamientos y formas de ver la vida, algunos sin pareja o con otra pareja ajena al infante. Los hay interesados en el bienestar de sus hijos; los hay quienes se la llevan “light” o quienes sienten el alivio de que la escuela se los quite de encima durante medio día. Pero la escuela no es guardería y necesita coordinarse con los padres para complementar el proceso formativo y educativo de los menores.
Los alumnos son atendidos por una planta de más de 100 trabajadores de los cuales 60 u 80 son maestros que entran y salen continuamente en los salones. Los docentes también presentan una enorme diversidad de culturas, preparación académica, grado de esfuerzo, a pesar de ser una cantidad menor. Estudiaron en distintas escuelas y en diversas ramas del saber humano, a veces ajenas al campo que desempeñan. Tienen su vida como cualquier ser humano, con altas y bajas, resolviendo problemas personales de toda índole para presentar su mejor cara a los estudiantes.
Esta diversidad tan amplia es la sustancia central socioemocional de la interactividad cotidiana en las escuelas. La mayoría de niños son más inquietos que hace una década, no respetan reglas, no conocen límites, hay un vacío de valores, son bastante dispersos, poco activos, sedentarios tal vez por el celular que los arroba y los mantiene quietos. Los cambios generacionales hoy se perciben en menos tiempo que antaño y los docentes luchan por entenderlos y adaptar su estrategia didáctica a las condiciones del momento.
Los directores tienen que mediar en esta multifactorial y plurifacética realidad, tanto en la organización de la escuela como en la relación con los docentes, en las aulas con los alumnos y en todo momento con los padres de familia bajo las distintas circunstancias que se presentan a diario. Esto es muy probable que los rebase y les haga sentirse permanente bajo presión.
El entramado de leyes que ha tocado a las puertas de los colegios, representan un reto armonizarlas con los postulados pedagógicos que son la materia esencial de la escuela. En ocasiones se complica sostener las exigencias de una finalidad educativa que establece la formación del alumnado como prioridad, aprender las nociones básicas, pensar sobre el mundo actual, establecer relaciones de convivencia (Plan de estudio de la educación básica: preescolar, primaria y secundaria).
En ese regocijo natural de los adolescentes, con la imprudencia propia de la edad, la tendencia natural de ponerse constantemente a prueba, la falta de guía moral de algunos padres, el abigarramiento del aula, la dispersión de los alumnos en los recesos, la convivencia y el aprendizaje, son un reto para los maestros interesados en cumplir su trabajo y esforzarse por darles en el aula algo útil para su existencia presente y su prospectiva ciudadana en un futuro cercano.
La tarea docente hoy presenta desafíos que se deben analizar bajo nuevas perspectivas, bajo nuevos enfoques, con nuevos usos de las herramientas pedagógicas conocidas y la creación de otras acordes con los tiempos y las circunstancias cambiantes. Hoy más que nunca se necesita de una mente abierta, plural, inquisitiva, proactiva, creativa y fundamentada.
gnietoa@hotmail.com
|
|