De Veracruz al mundo
Desaparecidos en Culiacán: madres buscan respuestas en medio de la guerra del Cártel de Sinaloa.
Más de 3 mil personas desaparecidas y 2 mil asesinadas deja un año de guerra interna del cártel de Sinaloa, mientras madres organizadas recorren calles y comunidades en busca de sus hijos e hijas ante la mirada lejana de los ‘punteros’ del narco que todo lo controla.
Viernes 26 de Septiembre de 2025
Por: animalpolitico.com
Foto: .Analiz Hernández/Noroeste
Ciudad de México.- –Desde que mi hijo desapareció, yo estoy muerta. Muerta en vida. Veo su silla vacía en la mesa… y me derrumbo. Pero luego pienso: tiene cuatro hijos que todos los días me preguntan por él. Y yo quiero darles respuestas. Quiero decirles dónde está su papá.

Es jueves 11 de septiembre, 8 en punto de la mañana. Lorena Gutiérrez, madre de Mario Aristeo Galindo, desaparecido el 30 de abril de 2024 cuando tenía 26 años, se ajusta sobre su cabeza un sombrero negro para cubrirse del sol que empieza a quemar en Culiacán. Ha sido de las primeras en llegar al estacionamiento de un centro comercial, punto de reunión del colectivo Sabuesos Guerreras. Todas las mujeres visten playeras blancas de manga larga con la fotografía de sus seres queridos estampada en el pecho y espalda, acompañada de un número telefónico.

Minutos después, aparecen arriba de camionetas de color gris deslavado los soldados de la Marina: portan aparatosos fusiles de asalto y cinturones cargados de granadas que cruzan el torso. Ellos van a custodiar a la brigada.


Esta vez ni Lorena ni el resto de madres traen picos, palas, ni varillas para hurgar la tierra y olerla en busca de pistas. Hoy cargan, como si acunaran a un bebé, paquetes con las fotografías plastificadas de sus hijos. Durante un par de horas las irán pegando a pie en postes de luminarias y muros en La Palma, una pequeña localidad del municipio vecino de Navolato.

La jornada no será un paseo por el campo. El pueblo está plagado de ‘punteros’, los espías del Cártel de Sinaloa, fracturado desde hace un año en dos bandos enfrentados: ‘chapitos’ y ‘mayitos’. Tampoco el trayecto de algo más de media hora será tranquilo. Lo revelan los silencios de los soldados y los semblantes tensos de las madres, que caminan con la esperanza colgada del cuello, en forma de fotografía.

En una guerra que se ha cobrado en apenas un año 2 mil asesinatos y al menos 3 mil desaparecidos según los colectivos, ellas se niegan a rendirse: siguen buscando.


“A los desaparecidos no se les juzga, se les busca”
Un retén de militares, uno de los cientos que brotan por la ciudad, marca la salida de Culiacán hacia Navolato. Por las ventanillas del coche pasan campos de chile, grano y tomate, que se mezclan en el paisaje con ranchos para bodas y quinceañeras. Algunos lucen abandonados, fantasmagóricos, en mitad de la carretera casi desierta.

El convoy que custodia a las madres buscadoras –y en el que también viajan los periodistas de Animal Político y Noroeste– acelera al cruzar lugares que ya son símbolos de esta guerra. Transita, por ejemplo, por las inmediaciones de Huertos del Pedregal, la finca donde el 25 de julio asesinaron a Héctor Melesio Cuén, ex Rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa, y donde uno de los hijos de ‘El Chapo’ secuestró a su antiguo socio, Ismael ‘El Mayo’ Zambada. Luego pasan por Campo Berlín; una pista aérea en mitad de la nada desde donde despegan avionetas para regar sembradíos. Fue desde allí que partió el aparato que llevó clandestinamente a ‘El Mayo’ a Texas, donde ya lo esperaba la DEA. Ambos lugares son considerados epicentros del desastre que hoy vive Sinaloa.

Kilómetros más adelante, la geografía del terror continúa. A eso de las 9:30 am, el convoy se desvía ligeramente hacia la izquierda para continuar hacia Navolato. A la derecha queda Culiacancito, tal y como anuncia un enorme arco de bienvenida. Apenas unos metros antes de cruzarlo, se ve, a plena luz, el cadáver de una mujer tirado en el asfalto junto a una palmera. El cuerpo está rodeado por policías de la Fiscalía, una camioneta del servicio forense, y cintas amarillas que prohíben el paso a la escena del crimen.


Para entrar a La Palma hay que pasar por un camino de terracería bordeado de palmeras y puestitos ambulantes de mariscos. Al llegar, las madres buscadoras bajan cargadas con garrafones de agua y suero. El calor y la humedad son terribles a las 10 de la mañana. Se colocan gorras, sombreros y paliacates en el cuello y comienzan a caminar por el centro del pueblo, donde hay tráfico y la gente se mueve con aparente normalidad.

Lorena Gutiérrez, acompañada de su marido, cuenta que su hijo trabajaba con ella en el negocio que tienen de tacos de camarón en San Pedro, otra pequeña localidad de Navolato. El joven también la ayudaba entregando pedidos a domicilio. De hecho, fue en este lugar, en La Palma, donde desapareció el 30 de abril de 2024, tras recibir un llamado para entregar una orden de tacos. Desde entonces, asegura el matrimonio, no han recibido ni una llamada pidiendo rescate ni extorsión alguna. Ninguna pista, nada.

–Hay una sábana de llamadas con posibles puntos de localización, pero eso es todo –dice Lorena, que le pide a su marido que le pase la primera ficha, en la que aparece un joven sonriente, con lentes, camisa blanca y corbata amarilla, que pegarán en el poste de una luminaria junto a muchas otras de personas desaparecidas.

Tras completar el primer punto del recorrido, los marinos, desplegados para cubrir el perímetro, urgen a las madres a no detenerse demasiado y seguir avanzando. La zona está caliente tras el hallazgo del cadáver en el vecino Culiacancito. Nada más comenzar con la pega de las fichas, un coche se detiene en un paso peatonal; el conductor baja la ventanilla y advierte a un soldado que extremen precauciones. Al parecer, ‘punteros’ del crimen organizado habían estado persiguiendo a los reporteros en motocicletas, sin que éstos se dieran cuenta.

–Está muy pesado acá –comenta Lorena, secándose el sudor de la frente–. Pero aún así, nos animamos a entrar a este lugar. Porque tenemos la esperanza de que alguien sepa algo y haga una llamada anónima con alguna pista.


El grupo de madres avanza hacia el siguiente punto: tres postes de madera junto a una gasera solitaria. Mientras camina sobre piedras y barro, Lorena confiesa que lleva algo más de un año cargando con un desgaste emocional terrible y, de algún modo, se siente culpable por lo sucedido a su hijo.

–Mi hijo era muy confiado. Confiaba en todo el mundo y pensaba que, así como él tenía un gran corazón, la gente también lo tenía. Y no. Ese fue su error. A veces, como madre, me siento culpable, oiga, por no haberle inculcado algo de malicia, por no haberle dicho que no toda la gente es buena ni todo es de color rosa.

Con un suspiro, agrega que está cansada de las críticas y del peso del estigma que enfrentan muchas madres buscadoras, del clásico ‘algo habrán hecho’.

–Mi marido y yo estamos muertos en vida y aún tenemos que cargar con las críticas, con los señalamientos, con que te digan ‘no fuiste una buena madre, no supiste cuidar a tu hijo’. No saben que yo, como mamá, soy súper protectora. Y si yo le marcaba mil veces, él mil veces me contestaba. Pero la gente habla sin saber. Por eso yo siempre digo: ‘a los desaparecidos no se les juzga. A los desaparecidos se les busca’.


“Culiacán es un infierno”
Sira Patricia Macías busca a Édgar Alejandro Rangel Macías, de 32 años. Mientras pega una ficha con su fotografía en un poste carcomido de madera, junto a un Oxxo, recuerda que su hijo desapareció el 24 de febrero de 2024, hace un año y siete meses. Ese día, tres vehículos llegaron a la vuelta de su casa, en Culiacán, y se lo llevaron a la fuerza con todo y carro. El joven se dedicaba a la renta de vehículos para servicios de Uber.

Desde entonces, al igual que su compañera Lorena, Sira no ha tenido ni una sola pista sobre el paradero de su hijo. Aunque ella sí fue víctima de una extorsión que le dejó más dolor que pérdida económica.

–Me dijeron que lo tenían en Tamaulipas, que les depositara 5 mil pesos y me lo iban a entregar. Yo deposité y fui a donde me dijeron. Estuve espera y espera hasta las 10 de la noche, cuando un hombre me llamó para burlarse. Me decía ‘sí, sí, ahí viene en un taxi’. Pero mi hijo nunca llegó. Solo me quitaron el dinero.

Tras la frase, Sira –pelo largo recogido en una trenza, gorra blanca y lentes oscuros– se une al resto de las madres. En la camiseta blanca, en la espalda, lleva el rostro de Édgar Alejandro dentro de un cuadrado naranja, el emblema ‘desaparecido’ y un lema que reza: “Aunque quieran borrarte de mi mente, estás en la memoria de mi vientre”.

María Candelaria Medina también viste una playera blanca. En el pecho luce la frase ‘hasta encontrarte’, acompañada de una flama anaranjada; en la espalda, la fotografía de su hijo, Alfonso Alberto Palazuelos Medina, desaparecido el 11 de febrero de 2020. Ahora tiene 35 años.


Ese día, un grupo armado irrumpió en su domicilio en Villas del Río. Según testigos, llegaron en dos camionetas, vestidos de negro.

–A la fecha no sé si eran policías o delincuencia organizada –encoge los hombros la mujer, que aprovecha la pausa bajo un toldo para tomar un respiro.

–Se lo llevaron junto a otros amigos. Apareció uno con vida, otro muerto, y otro quedó desaparecido junto con mi hijo, un muchachito de apenas 20 años.

Cuando se le pregunta si la persona que fue localizada con vida no aportó información para esclarecer lo ocurrido, la mujer vuelve a encoger los hombros.

–Tiene miedo de hablar, y se entiende. Ahora todo el mundo en Culiacán tiene miedo, porque la ciudad es un infierno. Solo nosotras, las madres buscadoras, que hacemos lo que sea por nuestros hijos, no tenemos miedo de meternos donde sea para encontrar a nuestros tesoros.


“¡No estás sola!”
Ya casi es mediodía. El calor en La Palma se vuelve insoportable y el ambiente se siente cargado. Las mujeres piden cambiar de punto para pegar las últimas fichas. Los marinos se miran en silencio y acceden. El convoy avanza por la calle principal del pueblo cuando tres motocicletas aparecen y se colocan junto a las camionetas gris artilladas. Pueden ser ‘punteros’, o tal vez solo unos jóvenes rumbo a la tienda. Los soldados los observan tras los pañuelos que les ocultan el rostro. Al llegar al nuevo punto, se vuelven a desplegar y urgen a las madres a terminar rápido.

En un cruce de calles de suelo de terracería, las mujeres llenan una luminaria con las últimas fichas. Ahí, la desesperación rompe a Lorena Gutiérrez. Baja la cabeza y comienza a llorar.

–Te he marcado tantas veces al celular, hijo –susurra, golpeándose suavemente el pecho–. Siempre te decía: ‘¿dónde estás, hijo?’ Y tú me respondías: ‘En tu corazón, mami, en tu corazón’. Y mientras te encuentro, ahí vas a estar siempre. En mi corazón y en el de tu familia.

Al verla llorar, María Candelaria, Sira Patricia, y la docena de madres que integran la brigada se acercan y la abrazan con fuerza. Algunos marinos observan la escena en silencio.

Juntas, se gritan: ‘¡No estás sola, no estás sola!’.







Por: Manu Ureste

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