La juventud actual, así como muchas personas de diversas edades, dedica bastante tiempo al celular, a chatear y navegar por internet. Es una nueva forma de relación y convivencia, una forma novedosa de aprender, de desarrollar habilidades para conectarse al mundo, para conocer y advenir una manera de interpretar la vida y crear una realidad interior que afecta todos los rincones de la naturaleza humana.
Ese aparatito versátil se convierte en un mentor que les ofrece la noticia fresca, que les informa al instante lo que pasa en la calle, en el país o el mundo; que les orienta sobre todas las cosas imaginables e inimaginables, que afina su instinto hacia ciertos aspectos de sí mismos, que les pinta de colores la sustancia psicológica, social y filosófica de las personas; que les construye un mundo aparte, sin esfuerzo y sin tener que resolver las encrucijadas, bifurcaciones y vericuetos que les reserva la vida, su vida.
Fuera de ese mundo existe una realidad con variados matices, que van desde la alegría despreocupada de un trabajo y una relación estables, hasta la crueldad lacerante de los problemas de todo tipo. Esto aplica al joven y al adulto, pero ¿qué pasa con el niño? El niño que apenas comienza a vivir, que aún no tiene experiencias, que está en pleno desarrollo biológico, físico, cognitivo y emocional? ¿Cómo puede afectarle ese mentor insensible (el celular) que le envía información, opiniones e interpretaciones sesgadas, difíciles de digerir, sin espacio para discutirlas, analizarlas, concederles el crédito de la duda, sin importar su minoría de edad ni su situación y condición personal?
Esa posibilidad de conectar un dispositivo ─computadora, lap top, Ipad o celular inteligente─, a internet o a una red local, sin control ni límites, sin supervisión paterna o de un adulto a cargo, sin restricciones en el libre uso de todo tipo de páginas e información, plantea un escenario delicado. En menores de 6 años la plasticidad cerebral es altísima, y se forman y refuerzan conexiones sinápticas que sustentan el lenguaje, la regulación emocional, la motricidad y el apego. En ese periodo, la calidad de las iteraciones frente a frente, las miradas, los juegos, los abrazos, la conversación, las actividades compartidas, son fundamentales para el desarrollo cognitivo y socioemocional. Esto no lo da un celular. Al contrario. (OMS).
Al contrario, porque puede causar retrasos en el desarrollo del lenguaje y la comunicación, porque la interacción humana es muy importante. Si hay menos juego físico, pueden surgir problemas de sueño pues el sedentarismo frente a la pantalla reduce el tiempo de actividad y puede alterar el descanso. La exposición repetida a contenidos muy rápidos o fragmentados suele dificultar la capacidad de mantener la atención y la autorregulación, sobre todo si la pantalla sustituye
actividades que requieren paciencia y concentración. Las guías de la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomiendan equilibrar la actividad y el sueño, limitando el tiempo frente a la pantalla en menores de seis años.
En menores de 15 años el acceso ilimitado a las redes puede exponerlos a contenidos dañinos, como la violencia, pornografía, ciberacoso, contactos y citas peligrosas, “enganches” con organizaciones del crimen organizado y la trata de personas, el comercio de órganos, la extorsión, acentuar desigualdades, exclusión, discriminación, etcétera. La UNICEF advierte que el uso continuo o excesivo de dispositivos en los menores puede ampliar brechas y riesgos, si no hay límites ni control de uso.
Los jóvenes y adolescentes son especialmente influenciados por la convivencia digital. Ésta puede tener efectos mixtos en su bienestar, pues por un lado ofrecen espacios de expresión, creatividad y apoyo entre pares, por el otro lado pueden desencadenar ansiedad, depresión y conductas de riesgo, y dificultar el desarrollo de habilidades de comunicación profunda en encuentros reales. No se niegan varias cosas positivas, pero se recomienda un uso moderado y controlado.
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