El discurso del presidente López Obrador lo revela como un político
encapsulado en una realidad acomodada a sus deseos y conveniencias,
muy ajena a la del día a día de los mexicanos, pues cuando oficia sus
mañaneras cotidianas pareciera ir en sentido contrario al acontecer
nacional: en materia económica asegura que vamos bien, en contraste al
análisis de organismos internacionales especializados en la materia,
porque pese a los datos duros que señalan un estancamiento económico,
al borde de la recesión, el presidente insiste en que “la economía va
avanzando” y para apuntalarse acude al tema de las crecientes remesas
provenientes de mexicanos en los EEUU., pero evade los parámetros de
medición que señalan decremento económico. En esa inercia, ya subidos
al carro del gobierno, empresarios de la talla de Carlos Slim intentan
minimizar el balance negativo y declaran que “no era importante que
creciera (la economía), ya sabíamos que no habría crecimiento” (¡!), pero
está fresco aún aquel momento en el que, en evento público afirmaron que
la economía crecería al 4 por ciento y en el éxtasis del optimismo
pronosticaron que llegaría hasta el 6 por ciento. Esa posición es
entendible porque el dinero no tiene ideología y siembre va en función del
interés, además, tal ocurre cuando en las cúpulas política, económicas y
financieras opinan que el pueblo no tiene memoria.
Ya han transcurrido doce meses de cuando López Obrador asumió la
presidencia de la república, y parece que fue ayer cuando el dos de
diciembre visitó Xalapa y repitió los fundamentos de su gobierno
expuestos ante el Congreso y en el Zócalo capitalino el día anterior. Estos
son tiempos de la evaluación, del balance de lo conseguido, muy poco,
por cierto. Breve sumario hace López Obrador destacando los momentos
difíciles surgidos durante su primer año de gestión pública, “fueron
momentos difíciles, pero no muchos”: la explosión de un gasoducto en
Tlahuelilpan, Hidalgo, donde murieron 136 personas, la amenaza de los
aranceles, el operativo frustrado para detener a Ovidio Guzmán, el cruento
asesinato de nueve integrantes de la familia LeBarón en Bavispe, Sonora,
y el asilo político al ex presidente de Bolivia, Evo Morales. En el reverso
de su evaluación, el presidente habla de cinco de sus logros: “las
pensiones a sectores vulnerables, la lucha contra la corrupción, la
eliminación de lujos en el gobierno, que no hubo devaluación ni se crearon
impuestos nuevos”. Para disimular el impacto del cero crecimiento
económico asegura que, a cambio, hay desarrollo social, en claro
demérito a la fórmula de teoría económica: “no puede haber desarrollo sin
crecimiento económico”.
Pero de los “difíciles momentos” se derivan consecuencias que han
obligado al presidente a variar el rumbo de algunas de sus políticas: la de
inmigración, por ejemplo, que hace un año mostraba a un gobierno
festejando la llegada de migrantes y después de la amenaza de los
aranceles el viraje se manifiesta en el despliegue de miles de agentes de
la Guardia Nacional para retener el flujo migratorio, mientras el presidente
Trump presume haber “construido” un “muro” más al sur, hasta el
Suchiate.
La vorágine de acontecimientos induce a relegar acontecimientos por el
rápido suceder de uno nuevo, pero se equivocó quien haya imaginado que
esa dinámica depositaría en el olvido la masacre de Sonora, pues no
dimensionaron las consecuencias de esos lamentables hechos, ni el
activismo más que justificado y explicable de la familia de los deudos,
cuya doble nacionalidad agrega ingredientes especiales para animar a
Adrián LeBarón a movilizarse en pos de justicia. El dos de diciembre se
entrevistará con el presidente López Obrador y adelanta: "Yo lo hago
responsable (a Andrés Manuel López Obrador). Yo estoy aquí y entrego mi
corazón sangrando. Él dijo 'no le voy a decir a nadie sobre los avances de
la investigación, pero a la familia sí'. Debo tomar la investigación y ver
con qué cara me lo dice. Para mí, para mi familia, quiero ver qué nos
responde y, en silencio, salir". Esto, aunado a su petición al gobierno de
los EEUU para declarar terroristas a los carteles de la droga, aunado a la
declaración de narcoterrorismo que hace el gobernador de Tamaulipas
(también con doble nacionalidad=, son síntomas de un problema fronterizo
que pudiera obligar al gobierno de México a cambiar su estrategia de
“abrazos, no balazos” contra el crimen.
Porque tal parece que el gobierno mexicano apareja sus políticas al ritmo
que toca el presidente Tremp, quien anda en plena campaña de reelección
y toma a México como sparring político. Frente a ese escenario, de
inmediato el canciller Marcelo Ebrard avisa que "… buscará tener un
encuentro de alto nivel a la brevedad posible para presentar la posición
de México y conocer los puntos de vista de las autoridades de Estados
Unidos”. Ya sabremos si obligado por las circunstancias el gobierno
mexicano cambiará su “estrategia” por una más acorde al reto que
representa disminuir el clima de inseguridad y violencia que invade al
país. Este capítulo apenas empieza.
Contrasta el ruido triunfalista del gobierno federal, con la muy austera y
contemplativa actitud del gobierno estatal veracruzano cuando están a
punto de cumplir doce meses de ejercicio de poder, obviamente quienes
están al frente de esas respectivas instancias de poder son
personalidades diametralmente diferentes: López Obrador, de añeja y
sólida experiencia política sabe mover los artilugios del poder, Cuitláhuac
García, desconoce cómo se hila esa madeja. Además, López Obrador
aprecia el efecto de repetir una mentira vendiéndola como verdad, sabe
cómo hacerlo, en cambio a Cuitláhuac no se le da, son experiencia que se
ganan con los años e intensa participación política. Aunque, lo cierto
estriba en que nada hay para celebrar en ninguno de los órdenes de
gobierno y ninguna de las áreas de la administración pública federal y
estatal. Ni en Seguridad Pública se abatieron los índices delincuenciales
ni en economía se alcanzaron las metas, en infraestructura todo queda en
Proyectos y el Sector Salud desmereció en perjuicio de quienes menos
tienen. El 1 de diciembre habrá ruido político, pero será como un fuego
fatuo porque no hay prueba superada.
Andrés Manuel López Obrador está convocando a la concentración masiva
del zócalo el 1 de diciembre para celebrar el primer año de su gestión de
gobierno, la frase con la cual concluye el lema de su invitación es
significativa: “amor con amor se paga”, el mensaje es subliminal: “yo les
doy dinero de manera directa y ustedes me corresponden con su apoyo”,
un uso clientelar por excelencia de sus prioritarios programas de
gobierno, sin duda. Pero, ¿qué logros va a informar? Porque está visto que
ni en seguridad pública, ni en crecimiento económico entrega buenas
cuentas, tampoco en servicios de salud ni en infraestructura física y se
pierden empleos en vez de generarse. Sin embargo, el presidente López
Obrador como ningún otro de sus antecesores mantiene una elevadísima
aceptación en la opinión pública, lo cual invita a reflexionar sobre que no
siempre es exacto aquello de “si le va bien al presidente le va bien a
México”.
alfredobielmav@hotmail.com
30- noviembre- 2019 |
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