En la moderna terminología electoral el voto ha adquirido un valor más sustantivo del que tenía en la era del Sistema de partido hegemónico. Al menos en México tenemos denominaciones diferentes para una variedad de formas de votar.
Los devotos, plenamente convencidos de su militancia partidista, al margen de quien sea el candidato, electoralmente están considerados como el “voto duro” de un partido; es un fenómeno enraizado en la tradición familiar, la costumbre o la conveniencia, y hasta por convicción asociada a añejas coincidencias ideológicas. Este “voto duro” lo tuvo por millones el PRI, en menor cantidad el PRD, y desde su nacimiento en el PAN se mantuvo vigente por transmisión heredada, familias enteras engrosaron esta condición en un típico partido de cuadros.
Aunque no en exclusiva, la dinámica electoral mexicana ha producido otra clase de voto: el “diferenciado” o “cruzado” el “secreto”, el “oculto”, el “irreflexivo” o “parejo” y el voto “útil”, éste último uno de los más recurrentes en campañas acentuadamente competidas en las que la segunda posición en las preferencias es tan peleada como la cabeza de grupo. ¿Cuál de esta tipología de votos decide una elección? Sería absurdo reducir el resultado electoral a uno solo de esta variedad, porque la combinación de los mismos bien canalizados hacia una propuesta electoral pudiera obtener dividendos positivos.
En todo caso la interrogante más adecuada sería: ¿a qué partido o candidato se le acumula el mayor número de votos enmarcados en esta tipología? La respuesta debe llevar implícita las circunstancias por las que atraviesa cada partido y su candidato. Para no bordar en lo abstracto lo más conveniente es interiorizarnos en el proceso electoral en que estamos inmersos. Primero en el orden federal:
La ya rutinaria proliferación de encuestas ha contribuido a prefigurar un escenario acentuadamente favorable para AMLO, porque éste ha sabido explotar la vena popular en estado de enojo, de hastío contra un sistema político inhabilitado para sacarlos de la pobreza, caldo de cultivo cuyo engendro es un mesías antisistema que promete luchar para, ahora sí, hacer justicia social, convirtiendo a los ricos en menos ricos y a los pobres en menos pobres porque redistribuirá la riqueza, principalmente para darle a los pobres sin que les cueste esfuerzo alguno. Ya no más angustias para la colegiatura, becas para todos; ya no más penurias para los viejos porque el Estado de Bienestar, redivivo, se encargará de aumentarle sus pensiones en automático, nomás llegue a presidente. Esa es la utopía del moderno Campanela y émulo de Tomás Moro, ya no habrá pobres ni hambruna, el campo se convertirá en el paraíso perdido.
Este espectacular escenario, en el cual creen quienes menos tienen, para convertirlo en realidad requiere del “voto parejo”, nada de “voto cruzado”, a votar todos por un mismo partido, de otra manera el idílico sueño no será realidad, de allí el “voto irreflexivo” intentando convertir en realidad una utopía.
Pero existe la contraparte, la de Anaya, quien ahora patea y reniega del Sistema que ha contribuido a formar, del cual es típico producto. Se justifica alegando la pésima implementación de las reformas que contribuyó a crear. Antes eran las adecuadas, ahora, en la oposición real o electorera deben exhibirse sus defectos. Como la percepción encuestadora lo aparece en segundo lugar entonces requiere del “voto útil” y acaso del voto “secreto”, porque el “voto duro” no encuentra camino en un Frente integrado por partidos-PRD-PAN- profundamente divididos y un MC al que apenas le alcanzan los de Jalisco para conservar su registro.
En una competencia subrayadamente competida ir en segundo lugar guarda elevado valor estratégico, “estructura mata encuesta”, “la elección se gana con votos, dice Meade. Tiene razón, nada como ubicarse en la segunda posición electoral para evitar que el voto duro se convierta en voto útil en beneficio del adversario. Pero entonces se requiere también del “voto oculto” ese que navega en la indecisión entre la utopía ofrecida y la trémula realidad, allí está
el detalle. En la elección federal, contrario al grito plañidero de las encuestas nada para nadie. Estrategia mata ruido electoral.
Pero, ¿qué ocurre en la aldea jarocha, en donde también suenan tambores electorales? Tras una larga campaña durante la cual se impuso la consigna de reducir a solo dos contendientes la opción electoral, ahora se anuncia que el supuesto tercer lugar se ubica en la segunda opción. Es lo mitológico de este proceso local porque ese supuesto tercer lugar nunca existió, siempre estuvo en el primer sitio de las preferencias, en el clásico “voto oculto”, el que se manifiesta en el secreto de la urna. Pepe Yunes ni era el “menos” conocido ni navegaba a la zaga, sino todo lo cotrario.
En el imaginario colectivo, “según” las encuestas, Miguel Ángel y Cuitláhuac caminaron en cerrada competencia, en esa estrategia a Pepe lo rezagaban muy atrás mientras comía el mandado y levantaba polvo por toda la geografía veracruzana. Sin embargo, sería insulso hacerle al agorero en un escenario donde las circunstancias cobran especial relevancia.
Pero debemos corregir, porque realmente la apología no debe ser para el voto, sino para el ciudadano que lo hace posible. Porque el voto es un instrumento sujeto a la voluntad del ser social que lo emite. Ya falta poco para saber hasta dónde o cuanto influyeron en el resultado el voto oculto, el reflexivo, el irreflexivo, el parejo, el duro, el útil, a los cuales habría que añadir el voto comprado y el voto del miedo. alfredobielmav@hotmail.com
23- junio-2018 |
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