Cuando el corazón del gran Diego Armando Maradona dejó de latir, él ya no pertenecía a nadie, pertenecía a la historia, su alma volaba con el Señor y aquí en la tierra sus restos eran reverenciados por los hinchas, por aquellas Barras Bravas que le cantaban en el Boca o en las calles argentinas, para al ritmo de los cantos despedirlo como el más grande futbolista. Cuando su alma partió, él ya no era de nadie, era ese día de los comentaristas deportivos, que le lloraron, como Jorge Valdano cuando daba la noticia o sus colegas argentinos. Le lloró el otro Rey, Pelé, quien le dijo que pronto en el cielo se verían para celebrar otro juego; le lloró el gran Messi, al despedirlo en las redes sociales, al igual que Cristiano Ronaldo, sin faltar el Papa Francisco, su paisano, aunque el Papa es fan del San Lorenzo de Almagro, y el presidente de Argentina, quien abrió la Casa Rosada, allí donde desde un balcón Eva Perón arengaba a sus descamisados. El 10 más famoso del futbol ocuparía ahora esa Casa Rosada, con su féretro y la larga fila de paisanos para darle el último adiós. Le lloraron en Nápoles, donde un día llegó a volverlos grandes, allí lo quieren tanto como en su tierra. Y seguro le lloraron los pibes, los niños como él, que pobres en sus barrios le pegan a una pelota de trapo, como él lo hacía en antaño, el más grande de sus hijos, o como le llamó el poeta Eduardo Galeano: “El más humano de los dioses”.
EL MUNDO LE LLORA
El mundo le llora, todos los partidos jugados ayer en el mundo guardaron un minuto de silencio en su honor y memoria, los niños vuelven a ponerse las camisetas viejas de Maradona, la portan con orgullo y las televisoras ayer nos exhibieron esas dos joyas del Mundial México 86, La mano de Dios y cuando Maradona dribla a medio equipo inglés desde media cancha y se dio el lujo de sacar al portero de los palos, para anotar el que la FIFA ha llamado El Gol del Siglo, ese lo vimos hasta el cansancio, historia pura cuando el gran Diego se vengó de aquella batalla de La Guerra de Las Malvinas, isla que los ingleses llaman Falkland Islands, y que en tiempos de la terrible dictadura militar, comandada por el gorila Leopoldo Galtieri, se enfrentaron a la Dama de Hierro, Margaret Thatcher, en una guerra desigual, cuando Inglaterra los venció. Maradona se la cobró años después, con ese gol del Siglo. Y lo despedían llorando, sus fanáticos, su gente pobre, en todo el mundo ponían entrevistas, desde los tiempos que era poco conocido, cuando vino con Raúl Velasco a Siempre en Domingo, hasta sus momentos más encumbrados. A sus 60 años murió joven, cuando a los atletas de Alto Rendimiento, como él, le esperaban más años de vida. Quizá los excesos que tuvo en vida y reconoció le acortaron la vida. Alguien preguntó qué frase se le pondría de epitafio a su tumba. El mismo Diego alguna vez dio la respuesta: “Gracias por haber jugado al futbol”. Galeano dijo que “la fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero”. Yo lo despido con esta elegía de Manuel Vincent: “El que yace aquí, ahora cuerpo derrotado, fue antaño esclavo sólo de su amor a la vida. Y quienes más le amaron deberán rebelarse luchando de nuevo por el placer de cada día para recordarle siempre como él deseaba”.
Descanse en paz el gran Diego.
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