SAN ISIDORO de Sevilla, eclesiástico católico, erudito y polímata (sabiduría que abarca conocimientos sobre campos diversos de la ciencia, arte o humanidades), solía decir que Dios concedió a los príncipes la soberanía para el gobierno de los pueblos, pues quiso que ellos estuvieran al frente de quienes comparten su misma suerte de nacer y morir. Por tanto, “el principado debe favorecer a los pueblos y no perjudicarlos; no oprimirlos con tiranía sino velar por ellos, siendo condescendiente a fin de que su distintivo del poder sea verdaderamente útil”. Los príncipes –escribió en innumerables tratados- deben someterse a sus propias leyes y no podrán dejar de cumplir las promulgadas para sus súbditos, por lo que es justa la queja de los que no toleran que se les permita algo que le esté prohibido al pueblo. En suma, el llamado Santo de Cartagena se anticipaba así a la frase promulgada muchos años después por el rey Luis XIV en 1654: “El Estado soy yo”, expresión que se interpreta en el contexto de la monarquía absoluta, en la que el rey no tiene limitado su poder por ninguna ley, en pocas palabras, la jefatura del Estado reside en una sola persona, cargo habitualmente vitalicio al que se accede por derecho y de forma hereditaria, y eso ha sido, sin duda, la perdición de infinidad de políticos y partidos, sobre todo de aquellos que durante muchos años mantuvieron una hegemonía en la que el pueblo importaba para unas cosas pero era desechado para otras. Así terminaron abolladas coronas como las del PRI, y más recientemente del PAN que tuvo la oportunidad de gobernar 12 años al País –y dos años Veracruz-, pero los “príncipes” no aprendieron la lección tropezando de nuevo “con la misma piedra” que sus antecesores, y ese podría ser el camino del Movimiento de Regeneración Nacional si Andrés Manuel López Obrador solo consulta a los gobernados para lo que le conviene, pero los ignora en otros temas de igual o más importancia, dejando entrever que los asuntos que a él le interesan son los que, realmente, valen y se harán “pésele a quien le pese”, y el resto los deja a la decisión popular, aunque los consultados carezcan de una visión universal o técnica.
EN ESE perfil se enmarcan el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México que por caprichos del futuro Secretario de Comunicaciones, Javier Jiménez Espriú podría edificarse en la base naval de Santa Lucía, aun cuando el de Texcoco ya tiene más de 31 por ciento de avance, pero como el futuro gobierno no desea que se piense que todo lo impone, dejará la decisión a una sola pregunta que deberá responder la sociedad en 538 municipios, incluidas las cabeceras de las 32 Entidades del País, en su mayoría ciudadanos que desconocen los beneficios de un aeropuerto internacional en materia de importación y exportación, que no tiene experiencia en vuelos, y que solo por quedar bien con AMLO se inclinará por el proyecto al que abiertamente respalda el equipo del futuro. El cuestionamiento dice: ante la saturación del aeropuerto internacional de la ciudad de México, por cuál decisión se inclina: A) Reacondicionar el actual aeropuerto de la Ciudad de México y el de Toluca y construir dos pistas en la base aérea Santa Lucía, o B) Continuar con la construcción del Nuevo Aeropuerto en Texcoco y dejar de usar el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Llama la atención que en la primera propuesta ofrezca tres alternativas, mientras que en la segunda solo una, sin informar que el NAICM ya tiene 31 por ciento de avance en su construcción y una inversión multimillonaria.
OTRO TEMA en el que López Obrador no toma en cuenta a la sociedad muy a pesar de la fuerte inversión que aplicará aun cuando los resultados serán a largo plazo, es el rescate de la industria petrolera desde Tabasco, su tierra natal, donde en tono autoritario dice que la construcción de la refinería “va que va, pésele a quien le pese”, para que no se siga comprando gasolina en el extranjero, y reitera: “contra viento y marea la refinería (Dos Bocas, Paraíso) va que va”, aunque le pongan trabas, ya que se dice experto en la carrera de obstáculos “y es necesario reactivar la economía de la península del sureste”. La meta de su administración es llegar a producir 2 millones 500 mil barriles diarios al final del sexenio, y en ese tenor explica que no se trata de acabar con el hidrocarburo, “sólo el necesario para nuestro consumo interno”, porque se trata de un producto que no es renovable. Tampoco considera al pueblo en la construcción del Tren Maya que abarcará cinco Estados: Quintana Roo, Yucatán, Chiapas, Campeche y Tabasco, y excluye, por supuesto a Veracruz sin dar mayores razones, y aunque el PRI, PAN y PRD entre otros partidos piden que esa obra se someta a consulta pública, AMLO no escucha a nadie.
PERO LO que preocupa y llama la atención es la confrontación que sigue teniendo con los medios de comunicación que le contradicen, sobre todo la llamada “prensa fifí” que a su juicio ha sido nefasta para el País, y en ese tenor, sin dar ni darse tregua, se le fue encima al periodista Carlos Loret de Mola al que llamó “mentiroso”, sin darse cuenta que su investidura como Presidente electo de México podría inducir a acciones negativas contra el comunicador televisivo y columnista de El Universal. Y es que tras enterarse por otros reporteros a su llegada al aeropuerto de Colima que de Loret surgió el rumor de la renuncia de su más cercano colaborador, César Yáñez, el que salió en la portada de la revista Hola con motivo de su fastuosa y millonario boda, AMLO reviró: “¿Le creen ustedes a Loret? Es una volada… hay periodistas, con todo respeto, que mienten como respiran y ya no lo vuelvo a decir, se acabó”, pero ya lo había dicho, no el candidato que busca reflectores sino el futuro mandamás de este País, lo que resulta peligroso para el propio conductor.
DICE SAN Isidoro de Sevilla que: “Si no puedes evitar la ira, témplala al menos; si no puedes precaver el furor, cohíbelo al menos”, pero en Andrés Manuel López Obrador su pecho no es bodega y suelta todo lo que le conviene. Por ello cuando se ufana de que los medios de comunicación han estado a la altura de los tiempos actuales y han aceptado sus medidas de austeridad, “porque ningún (representante) se ha acercado conmigo a pedirme contratos”, no deja de ser sino un acto defensivo de la propia prensa porque, ¿quién se atrevería a tratar de negociar con AMLO algún contrato publicitario, a sabiendas de que en el próximo mitin lo comentará en voz alta evidenciando al atrevido, aun cuando se trate de acuerdos comerciales comunes entre gobierno y medios?. En fin, alguien debe entrarle a la asesoría del futuro Presidente de México, ya que muy pronto habrá de tener acuerdos internacionales que, seguramente, merecen discreción para llevarlos al éxito y que repercutan en beneficio de los gobernados. Ya lo dijo San Isidoro: “Lo que de bueno hiciereis con discreción, eso es virtud”. OPINA carjesus30@hotmail.com
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