DESPUÉS DE frugal comida acompañada de un buen vino, mi esposa y un servidor ya no alcanzamos a consumir la totalidad del platillo; quedaba una buena cantidad de carne y guarnición, pero era imposible seguir engullendo aun cuando dejamos pausas para hacerlo. Pedimos al mesero que nos retirara el plato, y éste, atento, acudió ante nosotros con la clásica frase: ¿no les gustó su corte? –por supuesto que si, respondimos al unísono, pero ya estamos satisfechos. Lástima, nos dijo el camarero, porque todo esto va a parar a la basura. La frase fue lapidaria y la pregunta inevitable: ¿no aprovechan esta comida para alimentar a gente que lo necesita o, mínimo a animales callejeros?, y la respuesta fue contundente: -para nada; las instrucciones de la gerencia son tirar a la basura todo lo que sobre, y hay personas que dejan el plato casi completo, y aunque hemos pedido que nos lo regalen para llevarlos a hospitales donde mucha gente espera por su enfermos, la respuesta siempre es, no. El rico sabor de los alimentos degustados se amargó por inercia. Pedimos, entonces, los residuos “para llevar”, recordando que en el acceso al selecto fraccionamiento Ánimas hay grupos de centroamericanos que piden dinero o comida mientras cargan a sus hijos; también en el puente de retorno a Xalapa, frente a la estatua de monseñor Rafael Guízar y Valencia y en varias partes de la capital. Con el paquete en mano, mientras conducía, me acerqué a una pareja con su bebé, y le dije: -estos alimentos sobraron de la comida, ¿deseas que te los deje o no te interesan?, y el joven aquel, de color oscuro al igual que su hijito y pareja, casi arrebata el contenido –lo que queremos es comer, señor. Gracias-. Entendí, entonces, que somos una sociedad deshumanizada a la que no le interesa el prójimo, y que preferimos que nuestros sobrantes vayan a la basura donde se degradan y pierden, que a las manos de quienes lo necesitan.
QUIZÁ NO sería mala idea que alguno de los candidatos a Gobernador, Senadores o Diputados –de esos que prometen aunque después se olvidan de los compromisos contraídos-, realizara una gran cruzada entre propietarios de restaurantes y hoteles en las principales ciudades del Estado, de tal suerte que las miles de toneladas de alimentos que se desperdician diariamente, y que van a dar al bote de la basura, se reutilizaran para llevar de comer a quienes más lo necesitan. Hay muchas personas afuera de los hospitales esperando día y noche por la salud de sus familiares; hay indigentes en las calles, niños y adolescentes que hacen malabares o venden cualquier cosa para llevarse un taco al estómago, y no se vale que mientras tanto, mucho sobrante de comida se tire. No se trata de dar sobras sino de reutilizar lo que vaya quedando, convertirlos en tacos, tortas o platillos que impedirían que infinidad de personas delinquieran por hambre.
EN OCTUBRE del año pasado, el Senado de la República organizó un foro al que denominó “Desperdicio y Pérdida de Alimentos en México”, y entre las conclusiones, que deberían preocuparnos, es que el País desperdicia más de 10 millones de toneladas de alimentos al año, en suma, se tira el 37 por ciento de los alimentos según un cálculo basado en 34 productos de la canasta básica como son: tortilla, arroz, atún y huevo, y en ese mismo contexto se destacó que México puede tener un papel de liderazgo en la búsqueda de soluciones, porque es el único de la región y uno de los tres en el mundo que trabaja directamente con un grupo de expertos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) a fin de desarrollar metodologías de medición de pérdidas. Pero los Senadores –léase, también, diputados Federales y locales, Gobernadores y alcaldes-, inmersos en sus propios intereses se olvidan que México es un País con hambre. Y es que de acuerdo con datos de la evolución de carencias sociales del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), uno de cada cinco mexicanos sufre la falta de acceso a la alimentación, lo que en lenguaje llano quiere decir que padece hambre. Esta situación prevalece pese a que, según afirma el organismo, entre 2014 y 2015 se presentó una reducción en los seis indicadores de carencias sociales: por acceso a la seguridad social y la alimentación, acceso a los servicios de salud, a servicios básicos en la vivienda, rezago educativo y por calidad y espacios de la vivienda.
PERO NO solo en restaurantes se desperdicia comida; también en el hogar y en la cadena productiva, pues de acuerdo a Fernando Soto Baquero, representante de la FAO en México, una alimentación sana debe incluir frutas y hortalizas, pero en el País –al igual que en América Latina- se desperdicia la mitad de la producción, lo que impacta en los precios y en un menor acceso de una parte importante de la población. Y solo como ejemplo ofrece cifras del jitomate, uno de los alimentos indispensables en la dieta del mexicano, el cual se pierde entre 25 y 30 por ciento de la producción, pero cuando caen los precios, la pérdida es de un 50 por ciento. En pocas palabras, en el País se desperdician 10 millones 430 mil toneladas de alimentos cada año, lo que serviría para evitar el hambre que padecen más de 7 millones de mexicanos, y aunque se habla de programas que buscan reducir las pérdidas y desperdicios de alimentos, lo que significaría un beneficio incalculable para establecer un modelo de consumo y producción sustentable que garantice que ninguna familia padezca hambre, lo cierto es que poco o nada se está haciendo, muy a pesar de las promesas de campaña de quienes aspiran a gobernar un País, mayormente, miserable y con hambruna. Así de simple…
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ALGUIEN debería informar al candidato del PRI a la Presidencia, que personajes de su partido le causan más perjuicios que beneficios -lo mismo que al abanderado de ese instituto a la gubernatura, José Francisco Yunes Zorrilla-. Y es que después de aparecer en una fotografía con gente cercana a Roberto Borge, en Quintana Roo, al día siguiente el sujeto fue detenido, lo que da armas a sus oponentes para criticarlo de cómplice de la corrupción. En la zona sur del Estado, Meade hizo lo propio; Manuel Rosendo Pelayo, ex alcalde de San Andrés y uno de los personajes que están siendo investigados por corrupción, se hizo tomar fotografías con el aspirante presidencial para, posteriormente, exhibirlas en redes sociales, y las críticas al ex secretario de hacienda no se han hecho esperar. Pero lo mismo ocurre con Pepe Yunes: rodeado de ex duartistas que buscan “venderle proyectos” y “esperanza de triunfo”, no se percata que la sociedad lo que más detesta es, precisamente, a los cómplices del ex Gobernador en prisión. Así de simple. OPINA carjesus30@hotmail.com
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